sábado, 29 de septiembre de 2007

DESPERTAR DE CADA DÍA




Abro los ojos y, tras el incierto despertar, me levanto y camino a ciegas los recovecos de una nueva madrugada para encontrar el espasmo helado que ha de sacarme de la semi-inconciencia. Ya me doy cuenta: son las 4:15 am y esta inmediatez es mi vida, no el ensueño que, hasta hace un instante, me envolvía tan engañosamente.

A tientas jabón y toalla; a tientas rasuradora, peine y cepillo de dientes. A tientas moldear la apariencia; vestirme con la ropa que he dejado preparada, y a tientas atarme los zapatos. A tientas me escurro por la penumbra. Así es como lo prefiero, así es como a mí me gusta: a oscuras, sin despertarla a ella, sin emitir sonido y casi sin dejar rastro.

Paso por el portal y salgo a la soledad de la calle como si fuera un fantasma. Nadie me mira subir al automóvil y sólo los celadores trasnochados que fingen cuidarnos desde su atalaya, me ven dirigirme a ese río de luces rojas, blancas y amarillas de autos ocupados por gente absorta en sus pensamientos. Miradas furtivas de ventanilla a ventanilla que se interrumpen cortantes, sin un gesto, sin un saludo, como si no existiéramos. Nadie quiere salir de la sombra, ni imaginar la historia del otro. Nadie quiere que amanezca, todos queremos seguir soñando, y muchos quisieran seguir durmiendo.


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