martes, 9 de octubre de 2007

MÁS LIBRE QUE EL VIENTO




Un frío como no había sentido antes, atravesó mi alma tan repentinamente que no tuve oportunidad de discernir su origen; creo que salió de la segunda cajetilla de cigarrillos “Plaza” que había comprado ese día; ese frío se lanzó sobre mí, justo cuando trataba de encender el último “Plaza” que me quedaba, y me golpeó fuerte cuando descubrí, desconcertado, que a pesar de haberlo recargado días antes, mi encendedor estaba totalmente vacío.

Ella no acudió a la cita, y yo me quedé sentado en lo alto del pequeño montículo que sobresalía en ese descuidado parquecito de Miraflores que llamábamos “el campo escuela”. Aunque jamás fue puntal, ella siempre llegaba, y su ausencia me perturbaba tanto como mis repentinas carestías.

Bizarras imágenes pasaron por mi mente mientras el sol pintarrajeaba un crepúsculo burlón en el cielo, y de toda la música que escuché esa tarde, me quedó grabada en la mente, como si hubiera sido en piedra, la canción de Paul MacCartney, “Band on the run”. Aún me es imposible escuchar esa canción sin sentir una profunda tristeza, pues esa fue la primera vez que vislumbré el fondo sin llegar a tocarlo. Súbitamente había entendido los motivos de su ausencia y de que jamás me permitiera llamarla mi novia; se abrieron ante mis ojos junto a la visión del profundo abismo por el que me estaba despeñando, abismo al que ella, al alejarse de mi, trataba desesperadamente de no arrastrarme.

Por insistencia mía seguimos frecuentándonos por varios meses sin ser formalmente “nada”, pero he de admitir que era muy doloroso ver como se consumía su juventud mientras que yo, recién iniciada mi adolescencia, procuraba cuidarla tanto como me lo permitía el insuficiente tiempo que pasábamos juntos. El gran amor que sentía por ella me hacía capaz de sobrellevar lo que fuera, porque, a pesar de todo, aun en sus peores momentos, Sonia solía ser una chica tan dulce como bella.

Me juraba que el "ácido" la hacia sentirse "Más libre que el viento", pero las lágrimas con que me suplicaba que jamás siguiera su ejemplo me impidieron creerle. Tampoco las lagrimas que vi en su rostro el día que me dijo adiós, en medio de aquel “toque” de la banda de rock “Caballo Loco”, me permitieron dar por verdaderas las palabras que usó para romper mi corazón y alejarse de mí vida definitivamente.


MI QUINTO ABUELO



Qué personaje tan peculiar era ese hombre de rostro anguloso, profundas ojeras, escaso pelo plateado; alto, erguido y gallardo. Coronel de infantería retirado, de mirada noble y modales refinados; místico, reservado, sabio y recatado. No era difícil imaginarlo como un hombre joven, luciendo la guerrera y el precioso sable que permanecían en un armario esperando inútilmente a que el tiempo volviera por sus fueros....... o en su uniforme “Singapur”, calzando charol y portando la Colt 45 del equipo reglamentario.

Qué diferente era, don Marcos Veliz Orellana, de don Julio Abril Valdez, quien enamorado de alguna mujer se fue del hogar un día, dejando solos, aunque no desamparados, a una esposa y cuatro hijos (entre ellos, mi padre), a quienes “Papi” cuidó, educó y amó como si hubieran sido propios.

Con ansias esperaba la visita de aquel viejo que cada semana llegaba a casa y pasaba cariñosamente su anciana mano por mi cabeza y dejaba unas cuantas monedas guardadas en mi bolsillo y alguna historia sembrada en mi imaginación.

No puedo recordar el tono de su voz, ni las palabras que usaba en su deliciosa charla, sólo recuerdo su imagen y el cariño que siempre recibí de él. También recuerdo las horas que pasé en la sala de espera del Hospital Militar, sin entender la estúpida restricción que, a mis escasos ocho años, me impidió darle un beso de despedida a “Papi”, ese gran caballero y hombre de honor a quien siempre consideraré mi quinto abuelo.


lunes, 8 de octubre de 2007

CAMINO ROJO



Qué tentación tan insoportable fue dejar el highway y aventurarme por ese caminito rojo que hoy recuerdo: serpenteante hasta donde la vista alcanzaba, flanqueado de verde pasto y de árboles frondosos, camionetas descoloridas, furgonetas viejas, tractores de granja y antiguos arados. Tan irresistible fue, como el deseo intenso de sentir en mi boca el amarillo sabor de esos melocotones que eran tan grandes como mi puño, y que se mostraban primorosamente apilados, rubicundos y alegres entre sus cestas, rodeados de margaritas y frascos de almíbar con moños de ceda, engalanando mesas que escondían su modestia vistiéndose de cuadros y flores silvestres.

También recuerdo aquellas manos con dorsos morenos y palmas muy blancas, adornadas de arrugas y caricias lejanas, que embellecieron con su anciana ternura la bolsa marrón que, por unos dólares y un beso en la mejilla, se llenó para mí de cariño, de sonrisas francas y de esos deliciosos frutos maduros que mordí con inmenso deleite, sintiendo en mi boca el inolvidable sabor de la bella Alabama.


NARRATIVA DE UN AFFAIRE



Filadelfia Coffe State (Finca Filadelfia), mi lugar preferido para tomar café.

Al rededor de una taza llena de exquisito Café de Antigua, giran suavemente mis más inusitados pensamientos, discurren sin momento y sin cadencia; involuntarios, antojadizos, carentes de un espacio propio, pero eternos.

Recién hecho y de insuperable aroma, mi café recibe los honores de este pausado romance que, de tanto repetirse, se ha convertido en una solemne liturgia. Su altar, siempre de gruesa y blanca losa, chorrea una gota oscura mientras degusto, reverente, la delicia incomparable del primer acercamiento.
Suelo tomarlo muy despacio, dejando que se enfríe lentamente porque, al igual que la mujer amada, que en cada etapa de su vida tiene la gracia sublime de darme un amor diferente, el café cambia de sabor y textura conforme los minutos pasan, regalándome así, una paleta infinita de matices con cada sorbo que doy.

Hoy lo bebo junto a estas boscosas montañas que se protegen del frío enrollándose con el manto blanco que les presta esa nube que se ha caído del cielo. Pero el lugar, aunque hermoso, importa poco. Es el "affaire" lo que cuenta: el gran momento de pasión que vivo entre mi paladar, mi ser interior, mi pluma y mis pensamientos.

Para Tozó con gran cariño. Espero que algún día tomemos una taza de café en Filadelfia Coffe State.