Qué personaje tan peculiar era ese hombre de rostro anguloso, profundas ojeras, escaso pelo plateado; alto, erguido y gallardo. Coronel de infantería retirado, de mirada noble y modales refinados; místico, reservado, sabio y recatado. No era difícil imaginarlo como un hombre joven, luciendo la guerrera y el precioso sable que permanecían en un armario esperando inútilmente a que el tiempo volviera por sus fueros....... o en su uniforme “Singapur”, calzando charol y portando la Colt 45 del equipo reglamentario.
Qué diferente era, don Marcos Veliz Orellana, de don Julio Abril Valdez, quien enamorado de alguna mujer se fue del hogar un día, dejando solos, aunque no desamparados, a una esposa y cuatro hijos (entre ellos, mi padre), a quienes “Papi” cuidó, educó y amó como si hubieran sido propios.
No puedo recordar el tono de su voz, ni las palabras que usaba en su deliciosa charla, sólo recuerdo su imagen y el cariño que siempre recibí de él. También recuerdo las horas que pasé en la sala de espera del Hospital Militar, sin entender la estúpida restricción que, a mis escasos ocho años, me impidió darle un beso de despedida a “Papi”, ese gran caballero y hombre de honor a quien siempre consideraré mi quinto abuelo.
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