jueves, 14 de agosto de 2008

SUEÑOS PERDIDOS






Mis sueños perdidos son engendramientos sin concepción; páginas arrancadas de una historia incontinua, piezas extraviadas de un rompecabezas bizarro, agujeros negros que consumen mi energía transportandome a ese universo surreal donde pasado, presente y futuro dejan de tener secuencia lógica para convertirse en clavos que me sujetan a esa cruz que ha sido labrada con el dolor que causa lo que debió ser y no fue. De esos sueños es mejor no hablar, pues ya es en exceso desbordante que vivan como fantasmas perpetuos dentro de mi corazón.


miércoles, 23 de julio de 2008

¿TE ATREVERÍAS?





¿Te recuerdas del día en que tratamos de hacer un pic-nic, en aquel lugar boscoso desde donde se veía el lago? Todo se complicó y salimos demasiado tarde. Cuando llegamos al sitio, caía una pertinaz llovizna, el ambiente estaba tan húmedo que no encontrábamos dónde encender los carbones para el asado........ Y para colmo de males, con tanta carrera, se me olvidaron los fósforos. No pudimos asar la carne, y tampoco pudimos abrir la lata que llevábamos (cuyo contenido no recuerdo) porque no llevé el abrelatas..... Ni siquiera un cuchillo.


No sé cómo descorchamos el vino... ese Pinot Noir chileno, que se te fue a la cabeza, haciendo que te rieras a carcajadas de la rabieta que hice, furioso conmigo mismo por haberlo echado todo a perder.


¿Sabes una cosa? Me gustaría repetir ese día...... Pero esta vez trataría de hacer las cosas correctamente, sin olvidar nada, para que todo saliera a las mil maravillas....... Pero si de nuevo metiera la pata y no pudiera encender el fuego, abrir la lata o descorchar el vino, no me importaría....... Con tener a la mano cualquier cosa que sustituyera a mi viejo Volks Wagen, y que tu y yo, mientras escuchamos el sonido de la lluvia, expusiéramos la piel al frío para empañar con nuestro calor los cristales, como tantas veces lo hicimos, daría por dichosa y más que bien vivida la experiencia.


¿Te atreverías?


sábado, 10 de mayo de 2008

OBSTINACIÓN



El épico ejercicio de la conquista romántica nunca fue tan arduo para mÍ como cuando decidí conquistar a esa mujer. Pensé que iba a ser cosa fácil, pero me tomó tres meses de asedió a los que sumé a una declaración de amor y dos apelaciones que obtuvieron por respuestas un “déjeme pensarlo unos días”, un “todavía no” y un “déme un poco más de tiempo”, que casi me llevan a la renunciación.

Ella era temperamental e indómita; tenía un rostro precioso y el cabello negro y largo más bello que he visto en la vida.... pero eran sus ojos color marrón los que, a pesar de su mirada insolente, me hicieron perderme en la poesía con que el creador dibujó a la mujer.

Su ansiado “Sí” transformo mi cumpleaños (15 de mayo, hace ya 32 años) en uno de los más gratos que recuerdo, pero nuestro romance no sobrevivió a la guerra que libramos como un par de testarudos que nunca supo ponderar el amor, porque nuestros encuentros casi siempre fueron eso: ahogar el amor en orgullo y tragarlo sin mostrar dolor. Si no fuera por el recuerdo de su olor a lluvia y el de la electricidad que creábamos con el roce de nuestras manos, o el del fuego que surgía entre nosotros con la simple proximidad del beso, no sería capaz de comprender el sinsentido con que ambos arropamos ese sentimiento insufrible que tan obstinadamente quisimos llamar amor.


“El hombre es celoso si ama; la mujer también, aunque no ame”. –Kant-




sábado, 5 de abril de 2008

PESCADOR ARTESANO




La de “Las salinas” era una playa solitaria y recóndita del Pacífico donde yo solía contemplar los más hermosos ocasos, o caminar por las noches para sentirme abrumado por la infinita cantidad de estrellas que brillaba sobre mar y tierra. Los pesqueros rompían con sus oscuras siluetas y con las luces titilantes de sus balizas la línea del horizonte que esmeradamente dibujaba la luna, y la blanca espuma, eterna compañera de las olas, mojaba mis pies descalzos al encontrarse con la negra arena.

Pequeños cangrejos corrían por todos lados aprovechando la oscuridad para hacerse del alimento que el mar les traía; lo mismo hacía el viejo Rosendo, preparándose con cordel, anzuelo y carnada para una nueva jornada en su trabajo de toda la vida. Unos tragos de ron barato, un par de cigarros sin filtro y una inolvidable lección de pesca a “línea limpia” fue lo que recibí por hacerle compañía esa noche, y por ayudarlo a halar el cordel de cuando en cuando.

A punto de romper el alba, después de varias horas de intensa lucha, Rosendo exploto en risa, y yo reí con él a carcajada suelta: un mero de más de 50 kilos yacía exhausto sobre la arena. El viejo Rosendo había ganado a pulso el sustento de su familia, y yo había ganado una experiencia memorable, un par de kilos de pescado fresco, y la amistad invaluable de un humilde pescador artesano.


jueves, 27 de marzo de 2008

ROSTRO INERTE




Manejaba esa noche sin poder concentrarme. La carretera siempre había sido una mala consejera; la monotonía de esa línea blanca me conducía a los más absurdos soliloquios: ¿Éramos acaso un par de enemigos acérrimos pretendiendo inventar una nueva forma de amor? No, no llegábamos a tanta cosa, sólo éramos la intersección de un estúpido obsesionado por una mujer perversa, y una mujer perversa que jugaba con la obsesión de un estúpido.


Me detuve en mitad del largo trayecto; un jeep había caído de un pequeño puente. Se encontraba volcado sobre un riachuelo que serpenteaba en la amarilla vastedad de un cañaveral que esperaba la zafra. El conductor, un hombre joven, había quedado atrapado con medio cuerpo fuera del vehículo, se encontraba boca arriba, sumergido en apenas unos centímetros de agua. Mientras la gente ingeniaba poleas y palancas, yo lo observaba: los ojos abiertos con expresión de haberse dado por vencido mientras que el agua corría mansamente sobre su rostro. De pronto vi con claridad que ese rostro era el mío. La superficie estaba tan cerca, pero me encontraba atrapado por un extraño sentimiento: un amor terriblemente infectado con odio, por el que estaba dispuesto a basurearme a mí mismo. Me había dado por vencido...... yo era ese hombre que mis ojos veían inerte.

“Uno no se ahoga por caer al agua sino por permanecer inmerso”.





sábado, 16 de febrero de 2008

PROMESA ROTA




Martín había piloteado el Cessna por años, y aquel era un vuelo de rutina; cosa de un par de horas: llevar la nómina a una finca en la costa sur y volver con las alforjas vacías. Aterrizó sin novedad en aquella pista cubierta de maleza, y unos minutos después reanudó el vuelo sin más ayuda externa que la de una manga deshilachada que indicaba la dirección del viento. Despegó con rumbo sur y luego hizo una espiral para tomar altura, después enfiló el aparato en dirección “4 grados norte”. Las cosas habían cambiado desde que emprendió el viaje en la mañana: el cielo que había estado encapotado, pero con visibilidad razonable, ahora se vestía de un gris casi negro, y el viento que antes había estado muy calmado, azotaba de sur a norte con ráfagas de considerable intensidad. Martín sopesó sus opciones y, sin olvidar la palabra empeñada a su esposa de llegar a casa para la hora del almuerzo, decidió seguir adelante. No se supo más de él hasta que un grupo de exploración encontró los restos de su avión en una hondonada casi impenetrable, en las faldas un volcán extinto.

El avión daba indicios de haber estado funcionando correctamente, por lo que todo hacía pensar que Martín se desorientó debido al mal tiempo. Fue imposible determinar si murió al impacto, o quedo gravemente herido después del accidente; lo único evidente -cualquiera que haya sido el caso-, es que el malogrado piloto pasó sus últimos momentos viendo esa fotografía laminada de su esposa e hijos a la que, 12 años después, aún se aferraban sus huesos.


viernes, 25 de enero de 2008

A CIELO ABIERTO





El reluciente pájaro se estremece al sostener tan prolongado choque con la densa pared nubosa que se extiende a lo largo de la ruta. El tremendo ajetreo trae a mi conciencia la fragilidad de mi vida y la del precioso capullo de metales, polímeros y fibras que me envuelve. De momento se debe mantener la misma altitud para no afectar al tráfico pesado, luego podremos agregar varios miles de pies a la distancia que separa del suelo al bimotor y a las almas que cruzamos, en el, este limbo amorfo.


El viento aplasta las pequeñas gotas de lluvia contra las transparencias de este agobiado aparato, obligándolas a esparcirse bajo su enorme presión; está demás poner a funcionar los limpia brisas, la visibilidad igual seguiría siendo cero.
El momento de encontrarnos con el cielo abierto por fin llega, el techo gris y lluvioso ha quedado atras, y con la visión encantadora de este inmenso azul, se asoma desde los confines de mi alma un sentimiento sublime y el pensamiento que le acompaña es inevitable: ¿Porqué suelo olvidar que sobre el estrato tormentoso que rodea con tanta frecuencia la vida, se abre invariablemente un cielo diáfano, dotado de tan extraordinaria belleza?


Pronto habrá que iniciar el descenso; se hará necesario penetrar nuevamente ese caótico espacio, el instinto de supervivencia me jugará de nuevo sus consabidas bromas, sudaré copiosamente sus fríos, pensaré intensamente en las personas que amo y le daré gracias a Dios porque siempre hay tormentas, como ésta, que tienen el poder maravilloso de condimentar tan sabrosamente hasta la más intrascendente vida.


martes, 8 de enero de 2008

LADY D´ARBENVILLE



¿Que ya la oí cuántas veces? No importa, quiero oírla una vez más; "On the radio" de Dona Summer, esa es la canción que sonaba en la navidad del 80, 00:05 a.m. el momento exacto en que me cambiaste, no por él -eso lo hubiera comprendido- sino por la riqueza. La escucho de nuevo y no siento nada, ningún dolor o tristeza, sólo el recuerdo de lo que, por fortuna, nunca llegó a ser. "La ciudad de los vientos" y algún apartamentito de renta se quedaron sin nosotros, qué remedio... ¿Pero nuestros sueños?... ¿Donde quedarían nuestros sueños?

La noticia no me alegró en ningún momento, sin embargo debo confesarte, amiga mía, que al enterarme, me sentí como si escuchara una vez más "On the radio": sin ningún dolor o tristeza. Seguramente lo mío no era más que un capricho, como solías decir... Pero lo tuyo, mi "Lady D´arbenville" ** ¿Que fue lo tuyo?

Sobre tu tumba, a la distancia: el perdón, el olvido y una flor.


**Lady D´arbenville es una canción de Cat Stevens cuyo título he tomado para este post.

viernes, 21 de diciembre de 2007

REQUIEM PARA UNA AMANTE




Yo no fui el primero en su vida; la tome de alguien que ya no podía con ella. Fuimos amantes por varios años; ella era de esas que no exigen nada, de las que nunca te estorban. Siempre estaba dispuesta a recibir mis caricias y a vivir con migo el momento. No pretendía que yo cambiara, y jamás fabricó expectativas. Me aceptaba como soy y siempre estaba con migo en llantos o alegrías.

Era mi amiga, comprendía mi sentir y me esperaba en silencio. Con un leve toque sabía si yo estaba triste, o si había llegado alegre, nunca se quejó de nada y se conformaba con tan poquita cosa: sólo unas cuantas caricias.......apenas el roce de mis dedos.

Jamás logré sacar lo mejor de ella, no le di más que penas y desconsuelos, y nunca la sentí tan viva como en aquellos tiempos cuando eran con otro sus amores. Él si sabía como amarla, juntos reían y cantaban. Conmigo siempre lloró, y ahora que puedo cantar alegrías, ya no está más a mi lado.


viernes, 14 de diciembre de 2007

FILOSOFÍA DE VIDA Y OTRAS DIGRECIONES




Yo busco mi propia fórmula para la vida, convencido de que esa fórmula es diferente para cada uno, y no universal como el molde que pretende vendernos la posmodernidad. El colectivo espera (y en algunos casos exige) que me ajuste a ese sentido tan transeúnte de lo “correcto”, con el único argumento del “porque así tiene que ser”, lex dura lex a la que hay que someterse si se quiere seguir integrado al rebaño. Me exaspera que la gente se de pie para imponerme sus clichés y convencionalismos, fundamentándose en su personal concepto del ying yang; ya lo dijo Zaratustra: “He viajado por todo el mundo y no he encontrado palabras más poderosas que bien y mal”. ¡Cuánto sometimiento se puede imponer a los hombres con ese par de vívoras!

Seguramente los que suelen quemar incienso a todas las reliquias del santuario de lo establecido, me condenarían a morir en la hoguera por mi terrible atrevimiento a ser “diferente” y por el exotismo de pretender describir tan insolentemente los "efluvios invisibles de mi alma". Y es que, mientras más diferente me ven, mas horror les causa darse cuenta de lo idénticos que somos. Es eso, y no otra cosa, lo que me ha convertido en un ser solitario a quien algunos románticos llaman peyorativamente “vividor de recuerdos, fantasías y sueños”, y otros, con menos poesía y encanto, llaman “desadaptado”.


miércoles, 5 de diciembre de 2007

POR UN SUEÑO



Padeciendo del síndrome del “todolopuedo” había hecho, a muy temprana edad y en soledad, mi primer viaje a USA. Serían las nueve de la mañana cuando Carmen, camarera del hotel, llego a mi habitación para limpiar el lugar. Tímidamente se confesó paisana mía; me contó que no tenía "papeles", que era licenciada en administración pero que trabajaba de día en el hotel y por la noche en una factoría. La vida de Carmen en la alegre Miami podía describirse en tres palabras: triste, solitaria y estrecha. Su rostro pálido, demacrado y huesudo, dejaba ver el dolor que le causaban la distancia y la ausencia. En un gesto solidario le pedí que cada vez que llegara para hacer la limpieza, tomara lo que quisiera de la mini-refrí que estaba en mi habitación. Ella agradeció sentidamente mi oferta, pero nunca tomo nada. Lo único que pude hacer por ella fue traer, a mi regreso, alguna encomienda para sus padres, con quienes llegue a entablar una bonita amistad.


Varias veces visité a mi paisana en la Florida, llevándole desde cartas de su familia, hasta una caja con su pollo frito favorito. Carmen hizo grandes esfuerzos para aprender el idioma, tras años de vivir con el temor a ser deportada se acogió a una amnistía migratoria que le permitió la residencia legal; estudió mientras trabajaba, se casó con otro luchador como ella, obtuvo la ciudadanía, llego a ser administradora de varios hoteles, y un día regresó a Guatemala para llevarse con ella a esos viejitos que jamás desamparó. Carmen hizo lo que parecía imposible; realizó su más grande sueño.


Desde este teclado quiero expresarle mi respeto y admiración a Carmen y a todos aquellos que –parafraseando a Coelho- “tomaron la difícil decisión de abandonar, por un sueño, todo lo que habían obtenido”


martes, 4 de diciembre de 2007

FUE INEVITABLE AMARLA

Un bote de remos y el lago de Amatitlán (en las afueras de ciudad de Guatemala) atestiguaron nuestra primera cita. (fantástica foto tomada a orillas de ese lago, por Villa Sams)

Que preciosa, inteligente y detestable me parecía ella. Se sabía mujer bonita, y como tal se comportaba; su figura, totalmente irresistible, me dejaba literalmente sin aliento; su rostro armonioso y su cabello color de trigo, me irritaban por ser tan bellos; pero eran esos ojos, con su mirada insolente, los que me atemorizaban: algo me decía que si no ponía cuidado iba a quedar irremediablemente atrapado en ellos.

Lo confieso: verla de cerca me ponía de mal genio, sin embargo esperaba con ansias el momento de recetarme “las peores pulgas” con tal de no negarle ese placer a mis ojos. Sin hacerme notar prestaba cuidadosa atención a sus movimientos, expresiones y detalles: me fijaba en sus zapatos, en los accesorios que usaba, en sus vestidos –y especialmente en lo que estaba contenido en ellos- Nunca entendí porque aplicaba mi más fina y maquiavélica técnica de conquista (la indiferencia), si a pesar de gustarme tanto, no quería nada con ella. No me agradaba, esa es la verdad, y lo escribo así, sin ninguna pena.

Una noche entre diciembre y año nuevo tomé la decisión de intentar sobrevivir, buscar tierra firme después de mi naufragio, darme la oportunidad de volver a ser feliz...... y pensé en ella. Me atreví a acercarme: la llamé, salimos algunas veces, compartimos nuestras historias, congeniamos, la pase maravillosamente...... me encantó por ser como era y no como la había imaginado. La noche en que nos hicimos novios, más que románticos fuimos honestos en cuanto a lo que sentíamos. Su sí, me llenó de esperanza, a su lado me sentí nuevamente vivo, y al besarla, de mi corazón surgieron tres palabras: “Será inevitable amarla”.

viernes, 23 de noviembre de 2007

MI VECINO EL ESCRITOR

La casa de Noe Padilla, vista desde la puerta de mi casita alquilada, en Estanzuela, Zacapa (de por medio mi amado y viejo Mercedes ("el abuelo").

A Noe Padilla lo había visto varias veces: saliendo por la mañana para dirigirse a su trabajo regular de maestro, o al atardecer, cuando volvía, y algunas veces, en las primeras horas de la noche, cuando se sentaba en su sala, a la vista de todos los que llegábamos a comprar las ricas granizadas que prepara su esposa Ruby, que también trabaja como maestra. El hombre se sienta allí, con ese aire reservado que proyecta, a leer un libro o a picar las teclas de una máquina de escribir antigua. Alto, flaco, flemático, de rostro amable y de muy agradable trato, Noe, a simple vista, me pareció una persona interesante. Nos saludábamos de intercambio: “buenos días, buenas tardes, ¿Cómo le va?” Hasta que una noche el terrible calor de la apacible Estanzuela me hizo olvidar la diabetes y cruzar la callejuela empedrada para comprar una de esas deliciosas granizadas y aprovechar la oportunidad para agradecer el par de libros que, días antes, cuando mi esposa llegó a Estanzuela para visitarme en mi exilio laboral, Rubý y Noe le obsequiaron. Uno de los libros se titulaba “El pintor misterioso y otros cuentos” y el nombre del otro libro no le recuerdo exactamente, pero consistía en una reseña histórica de la nacionalmente famosa “Asociación de escritores y contadores de cuentos de Estanzuela”, Ambos escritos por puño y letra de Noe.

Debo decir que, con mucha curiosidad, leí “El pintor misterioso y otros cuentos”, que, como su nombre lo indica, es una recopilación de cuentos breves cuyo marco referencial es la gente, los campos, las aldeas, los pueblos y el costumbrismo de las pequeñas comunidades del interior de Guatemala. Encontré los relatos de Noe deliciosamente saturados de un sabor a campo, a río, a montaña, a gente de mi tierra; con sus sufrimientos, sus alegrías y con la dicha que tenemos, todos nosotros, de vivir fusionados con el paisaje incomparable de este país maravilloso. Los cuentos que integran este libro escrito por Noe (uno de muchos) han sido ampliamente galardonados en diversos eventos literarios que se desarrollan en Guatemala. Las historias (mitad realidad, mitad ficción) poseen un carácter único, y son, como debe ser la buena literatura, “grandes cosas escritas con palabras sencillas”, su contenido, moral y reflexivo es enorme, y los sentimientos que despiertan sus líneas dan paso a las más bellas emociones.

En unos minutos estaré trepando a mi cansado automóvil para dirigirme a Estanzuela, donde estaré uno o dos días. Cuando logre llegar (en tres horas, aproximadamente), después de dejar la maleta sobre el sillón, cruzaré nuevamente esa callejuela empedrada para tomar una granizada de las que prepara doña Ruby, y para saludar a mi vecino, el escritor, y pedirle encarecidamente que me haga el honor de autografiar el ejemplar que me obsequió de “El pintor misterioso y otros cuentos”.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

LA MUERTE DE LOS SUEÑOS





En una vieja película, un shaman mexicano dice estas palabras al protagonista: “Vivir es soñar, morir es despertar”. Pero ¿Quién duerme y quién vive? ¿Quién sueña y quién ha muerto? ¿Quién flota en la atrayente fantasía y quién camina en la cruda realidad?
¿Cuántos hemos deseado, en algún momento, que la muerte ponga fin a la pesadilla de la vida de ojos abiertos, y la hemos anhelado; algunos, en una simple actitud expectante; otros, yendo tras ella en un acto, según el cristal con que se mire, lleno de valor, cobardía o irremisible pecado?

Vivir, soñar; morir, despertar. ¿Hay alguna diferencia o son todas distintas caras de la misma realidad?


martes, 6 de noviembre de 2007

TALVEZ VUELVA A LLOVER MAÑANA




De nuevo ha llovido en el valle, y los cielos grises con su llanto frío traen a mi alma esa melancolía de belleza incomprendida. El sonido de su viejo canto sobre los tejados, así como la magia de su danza y el olor de sus amores con la tierra, llevaron mi pensamiento a confines donde nunca quiso estar y siempre estuvo.


Esta vez la lluvia no logró arrancarme el alma, tampoco me ha vencido con su tristeza arrolladora pues en su sonido he llegado a encontrar un canto alegre y en “las gotas que suelen estrellarse en mi corazón para deslizarse en forma de tristezas”, he encontrado una extraña alegría que alimenta mi ser llenándolo de una paz profunda.
La lluvia se ha detenido. El sol ha secado las calles y sus rayos se proyectan llenos de esperanza, atravesando un cielo que se muestra diáfano, Hoy todo los colores brillan.........talvez vuelva a llover mañana.


martes, 9 de octubre de 2007

MÁS LIBRE QUE EL VIENTO




Un frío como no había sentido antes, atravesó mi alma tan repentinamente que no tuve oportunidad de discernir su origen; creo que salió de la segunda cajetilla de cigarrillos “Plaza” que había comprado ese día; ese frío se lanzó sobre mí, justo cuando trataba de encender el último “Plaza” que me quedaba, y me golpeó fuerte cuando descubrí, desconcertado, que a pesar de haberlo recargado días antes, mi encendedor estaba totalmente vacío.

Ella no acudió a la cita, y yo me quedé sentado en lo alto del pequeño montículo que sobresalía en ese descuidado parquecito de Miraflores que llamábamos “el campo escuela”. Aunque jamás fue puntal, ella siempre llegaba, y su ausencia me perturbaba tanto como mis repentinas carestías.

Bizarras imágenes pasaron por mi mente mientras el sol pintarrajeaba un crepúsculo burlón en el cielo, y de toda la música que escuché esa tarde, me quedó grabada en la mente, como si hubiera sido en piedra, la canción de Paul MacCartney, “Band on the run”. Aún me es imposible escuchar esa canción sin sentir una profunda tristeza, pues esa fue la primera vez que vislumbré el fondo sin llegar a tocarlo. Súbitamente había entendido los motivos de su ausencia y de que jamás me permitiera llamarla mi novia; se abrieron ante mis ojos junto a la visión del profundo abismo por el que me estaba despeñando, abismo al que ella, al alejarse de mi, trataba desesperadamente de no arrastrarme.

Por insistencia mía seguimos frecuentándonos por varios meses sin ser formalmente “nada”, pero he de admitir que era muy doloroso ver como se consumía su juventud mientras que yo, recién iniciada mi adolescencia, procuraba cuidarla tanto como me lo permitía el insuficiente tiempo que pasábamos juntos. El gran amor que sentía por ella me hacía capaz de sobrellevar lo que fuera, porque, a pesar de todo, aun en sus peores momentos, Sonia solía ser una chica tan dulce como bella.

Me juraba que el "ácido" la hacia sentirse "Más libre que el viento", pero las lágrimas con que me suplicaba que jamás siguiera su ejemplo me impidieron creerle. Tampoco las lagrimas que vi en su rostro el día que me dijo adiós, en medio de aquel “toque” de la banda de rock “Caballo Loco”, me permitieron dar por verdaderas las palabras que usó para romper mi corazón y alejarse de mí vida definitivamente.


MI QUINTO ABUELO



Qué personaje tan peculiar era ese hombre de rostro anguloso, profundas ojeras, escaso pelo plateado; alto, erguido y gallardo. Coronel de infantería retirado, de mirada noble y modales refinados; místico, reservado, sabio y recatado. No era difícil imaginarlo como un hombre joven, luciendo la guerrera y el precioso sable que permanecían en un armario esperando inútilmente a que el tiempo volviera por sus fueros....... o en su uniforme “Singapur”, calzando charol y portando la Colt 45 del equipo reglamentario.

Qué diferente era, don Marcos Veliz Orellana, de don Julio Abril Valdez, quien enamorado de alguna mujer se fue del hogar un día, dejando solos, aunque no desamparados, a una esposa y cuatro hijos (entre ellos, mi padre), a quienes “Papi” cuidó, educó y amó como si hubieran sido propios.

Con ansias esperaba la visita de aquel viejo que cada semana llegaba a casa y pasaba cariñosamente su anciana mano por mi cabeza y dejaba unas cuantas monedas guardadas en mi bolsillo y alguna historia sembrada en mi imaginación.

No puedo recordar el tono de su voz, ni las palabras que usaba en su deliciosa charla, sólo recuerdo su imagen y el cariño que siempre recibí de él. También recuerdo las horas que pasé en la sala de espera del Hospital Militar, sin entender la estúpida restricción que, a mis escasos ocho años, me impidió darle un beso de despedida a “Papi”, ese gran caballero y hombre de honor a quien siempre consideraré mi quinto abuelo.


lunes, 8 de octubre de 2007

CAMINO ROJO



Qué tentación tan insoportable fue dejar el highway y aventurarme por ese caminito rojo que hoy recuerdo: serpenteante hasta donde la vista alcanzaba, flanqueado de verde pasto y de árboles frondosos, camionetas descoloridas, furgonetas viejas, tractores de granja y antiguos arados. Tan irresistible fue, como el deseo intenso de sentir en mi boca el amarillo sabor de esos melocotones que eran tan grandes como mi puño, y que se mostraban primorosamente apilados, rubicundos y alegres entre sus cestas, rodeados de margaritas y frascos de almíbar con moños de ceda, engalanando mesas que escondían su modestia vistiéndose de cuadros y flores silvestres.

También recuerdo aquellas manos con dorsos morenos y palmas muy blancas, adornadas de arrugas y caricias lejanas, que embellecieron con su anciana ternura la bolsa marrón que, por unos dólares y un beso en la mejilla, se llenó para mí de cariño, de sonrisas francas y de esos deliciosos frutos maduros que mordí con inmenso deleite, sintiendo en mi boca el inolvidable sabor de la bella Alabama.


NARRATIVA DE UN AFFAIRE



Filadelfia Coffe State (Finca Filadelfia), mi lugar preferido para tomar café.

Al rededor de una taza llena de exquisito Café de Antigua, giran suavemente mis más inusitados pensamientos, discurren sin momento y sin cadencia; involuntarios, antojadizos, carentes de un espacio propio, pero eternos.

Recién hecho y de insuperable aroma, mi café recibe los honores de este pausado romance que, de tanto repetirse, se ha convertido en una solemne liturgia. Su altar, siempre de gruesa y blanca losa, chorrea una gota oscura mientras degusto, reverente, la delicia incomparable del primer acercamiento.
Suelo tomarlo muy despacio, dejando que se enfríe lentamente porque, al igual que la mujer amada, que en cada etapa de su vida tiene la gracia sublime de darme un amor diferente, el café cambia de sabor y textura conforme los minutos pasan, regalándome así, una paleta infinita de matices con cada sorbo que doy.

Hoy lo bebo junto a estas boscosas montañas que se protegen del frío enrollándose con el manto blanco que les presta esa nube que se ha caído del cielo. Pero el lugar, aunque hermoso, importa poco. Es el "affaire" lo que cuenta: el gran momento de pasión que vivo entre mi paladar, mi ser interior, mi pluma y mis pensamientos.

Para Tozó con gran cariño. Espero que algún día tomemos una taza de café en Filadelfia Coffe State.


sábado, 29 de septiembre de 2007

LEJANÍA




De nuevo estoy frente a la ventana que da a la callejuela empedrada donde está mi casita de pueblo olvidado, escuchando estos retazos de mi vida que, al sonar, me transportan en el tiempo a momentos lejanos y eternos. Desde levante, una suave brisa me ha traído tu aroma, refrescando esta noche en que no estás conmigo. El farol de la esquina ha visto a mi corazón huyendo; ya no está aquí metido en mi pecho, porque se ha revelado contra este sentimiento y se ha vuelto a casa para encontrarse contigo.

La gente que estaba afuera, sentada al fresco, hablando de cosas y recordando otros tiempos, se ha resguardado mientras que yo he salido, porque ha comenzado a llover y caen goterones fríos que recibo con la mirada al cielo y los brazos extendidos al viento. Mi camisa empapada es tu abrazo, y cada gota en mi rostro es un beso que viene de tu alma y me acaricia en medio de este suave murmullo que, poco a poco, se va haciendo más fuerte hasta convertirse en lamento. Un lamento que no acallará mientras no te tenga nuevamente a mi lado.



DESPERTAR DE CADA DÍA




Abro los ojos y, tras el incierto despertar, me levanto y camino a ciegas los recovecos de una nueva madrugada para encontrar el espasmo helado que ha de sacarme de la semi-inconciencia. Ya me doy cuenta: son las 4:15 am y esta inmediatez es mi vida, no el ensueño que, hasta hace un instante, me envolvía tan engañosamente.

A tientas jabón y toalla; a tientas rasuradora, peine y cepillo de dientes. A tientas moldear la apariencia; vestirme con la ropa que he dejado preparada, y a tientas atarme los zapatos. A tientas me escurro por la penumbra. Así es como lo prefiero, así es como a mí me gusta: a oscuras, sin despertarla a ella, sin emitir sonido y casi sin dejar rastro.

Paso por el portal y salgo a la soledad de la calle como si fuera un fantasma. Nadie me mira subir al automóvil y sólo los celadores trasnochados que fingen cuidarnos desde su atalaya, me ven dirigirme a ese río de luces rojas, blancas y amarillas de autos ocupados por gente absorta en sus pensamientos. Miradas furtivas de ventanilla a ventanilla que se interrumpen cortantes, sin un gesto, sin un saludo, como si no existiéramos. Nadie quiere salir de la sombra, ni imaginar la historia del otro. Nadie quiere que amanezca, todos queremos seguir soñando, y muchos quisieran seguir durmiendo.


viernes, 21 de septiembre de 2007

JUNTO A MIS CENIZAS



El gran Mario Monteforte Toledo


En ese salón de doble altura cuyo tema visual primario es una escalera de madera que caprichosamente se retuerce, elevándose hasta un pequeño entrepiso, casi sin interrumpir la bella vista poniente que da inicio en el lugar exacto donde enormes cristales ponen fin a un hermoso enduelado de madera oscura, se encuentra el columnario que, dividido en pequeños espacios transparentes, da cabida a los restos mortales de una creciente pero limitada cantidad de personas que no tienen otra cosa en común más que la muerte de sus cuerpos, y allí, entre ellos, en un lugar apenas preferente, se encuentran depositadas en una urna que tiene la forma de un enorme libro, las cenizas del gran escritor Mario Monteforte Toledo.

De pie frente a ese escaparate en cuyo interior se aprecia el premio "Miguel Ángel Asturias" (el más alto honor literario que esta patria mía concede a los hijos de las letras), y tres ejemplares de sendos libros publicados por el insigne literato, que han sido colocados en forma primorosa y sobre los que se han dejado, como silentes testigos de tanta belleza escrita, las gafas que don Mario usaba en vida, me parece increíble que, si me decido a hacer el estipendio, mis despojos mortales pudieran codearse algún día, al menos en espacio físico, con una persona a quien admiro tanto; pero al ver ese pequeño altar que en su honor se ha creado, me pregunto: ¿Con qué objetos me gustaría que se acompañaran mis cenizas para que, los que los vieran, se formaran la mejor idea de mi persona?....... ¿Premios y reconocimientos? ¿Fotografías de momentos de gloria? ¿Textos publicados, escritos por mí (si los hubiera)? ¿Imágenes de mis proyectos construidos?

Lo he pensado y he llegado a la rápida conclusión de que si han de colocar un libro junto a mis cenizas, que sea mi vieja Biblia, que es el libro que más veces he leído y en el que he encontrado sabiduría y consuelo en mis momentos más oscuros. Y si quieren colocar otras cosas, que dejen junto mi urna algunas fotografías. Que sean, todas ellas, de las personas que amo: mi esposa, mis padres, mis hijos, mis abuelos........ y, por favor, que por ningún motivo falte uno solo de mis queridos amigos................ Otra cosa junto a mis cenizas, no quiero.


LALA


Ella era una mujer tan tenaz y decidida que siendo aún muy joven arrastró a sus cinco pequeños hijos para huir de un destino que no deseaba para ellos. Yo la visitaba cuando me urgía un escape, porque junto a ella se paraban las horas y el tiempo no transcurría. No era glamorosa, elegante o sofisticada, de hecho era una mujer de modales ásperos, nada refinada; su tez morena, de un tono bronceado, contrastaba con esos ojos de color miel y expresión gitana. Su figura gruesa y su aspecto pesado, hacían juego perfecto con su voz fuerte y sus palabras toscas; si no lo hubiera testificado el retrato amarillento que se sostenía precariamente sobre la cómoda, nadie hubiera imaginado que, alguna vez, fue una mujer tan bella.

Cuando llegaba a verla me convidaba sin falta a su mesa de sillas desiguales, y me alimentaba irremediablemente con huevos más que fritos, o carne algo quemada, pan recalentado, café del malo, y talvez un trago de brandy, vino barato, o ron. No me importaba que viviera en un barrio pobre, o que su apartamentito de un sólo ambiente mostrara ese desorden tan desconcertante. Tampoco me importaba el polvo amontonado en la maquina de coser que, olvidada en un rincón, contaba pasadas historias de remiendos, vestidos ajenos y noches desveladas, o el mazo de cartas con el que, según yo, la señora se ganaba unos centavos extras embaucando a sus vecinas, prediciéndoles la buena y la mala fortuna, por lo que una noche que la encontré leyendo a solas la baraja, cariñosamente la traté de farsante; minutos después, en un momento mágico, mi pasado, presente y futuro convergían sobre la mesa, sin haber tomado, todavía, su lugar definitivo en espacio y tiempo: junto a mi “yo” de cartón, la imagen de una buena mujer lloraba; la de una mala mujer reía, y la de una bella mujer dorada, lucía en su cabeza la corona del triunfo. Vi mi vida reflejarse entre espadas, oros, copas y vastos, y ofrecí mis disculpas a esa gran señora. Más que respeto, esa noche empecé a sentir miedo de esos naipes viejos.

Mi abuela Lala heredó todas sus propiedades a mi madre y sus hermanos; al resto de su familia no le dejó nada, excepto a mí, pues, al ser el único interesado, recibí de ella palabras dulces, miradas amorosas, mimos, cariños, momentos incomparables y una baraja española. Ella fue la preferida de mis cuatro abuelos, y yo, el preferido de sus once nietos.


PARIAS QUERIDOS



La fiesta para celebrar el doble cumpleaños se programó para el 16 de mayo de 1974, a las 3:00 de la tarde, hora ideal para que todos pudiéramos pasarla bien por un buen rato y regresar a casa antes de tener problemas. El lugar escogido, la casa de Eddy H. estaba en el barrio Carabanchel, cuyas calles se habían convertido en el escenario del lado oscuro de mi tierna adolescencia.

Las invitaciones se hicieron muy selectivamente; a la mayoría de asistentes los recuerdo someramente, pero de los siete alumnos del colegio “José Antonio Larrazabal” que asistieron (incluyéndome), me acuerdo perfectamente: Salvador M. que tenía evidente vocación químico farmacéutica, pues conocía los principios activos y las composiciones de todo el botiquín que siempre llevaba con sigo; Ligia V. una buena amiga mía, mujer muy atractiva que era capaz de vender hasta el uniforme con tal de tener capital suficiente para sus necesidades urgentes; Edgar G. un aparente hipocondríaco, que sin padecer enfermedad alguna, decía necesitar media docena de píldoras al día para no descomponerse; Luis Felípe L, un niño de apenas 12 años (pero tan kilometrado como si tuviera 20), infaltable en ese tipo de actividades por ser poseedor de grandes dotes empresariales, tanto que a su corta edad manejaba una impresionante cartera de clientes. Por supuesto, también estaba el anfitrión Eddy H (mi mejor amigo en aquella época), quien por su incursión en las religiones orientales, practicaba el vegetarianismo y mostraba gran preferencia por la ingesta de hongos, el consumo (por incineración) de ciertas yerbas y por la música de Ravy Shankar. Y también estuvimos presentes, claro está, los festejados, Sonia F. (my puppy love) y yo.

La música escogida para el evento no podía ser más apropiada: Grand Funk Railroad, Lead Zeppelin, Deep Purple, Black Sabath, The Guess who, The Who y algunas clásicas extraídas del mismísimo festival de Woodstock. El ambiente, aunque bastante pesado, era alegre y despreocupado, de esos donde todos se siente muy a gusto, y nadie desea que se rompa el quorum.

A las once de la noche, tres horas después del vencimiento de mi salvoconducto, llegué a casa en una motocicleta “Norton” que me prestó mi buen amigo Eddy. La reprimenda paterna fue apoteósica, pero no demeritó en nada la emoción de haber asistido a esa fiesta y haber departido con aquel grupo tan poco afortunado: Edgar G. (el hipocondríaco), falleció dos semanas después por una sobredosis de heroína; Ligia V, (la comerciante), se dedicó a vender el cuerpo, porque la venta de sus libros, sus uniformes, los prestamos que conseguía y algunos hurtos que hacía, ya no daban para sostener el vicio, y, hasta donde yo sé, nunca pudo salir de la adicción, ni del comercio; Luís Felipe L. (el infantil y brillante empresario), fue asesinado a los 14 años, frente a su casa, por los “pushers” de Kaminal Juyú (mi barrio), que no estaban dispuestos a compartir su territorio; Eddy H. (mi amigo “vegetariano”), murió drogado, cabalísticamente un año después, al estrellar su motocicleta contra una pared, en el barrio Miraflores; Salvador M. es, actualmente, un prófugo de la justicia, se le busca por haber traicionado su vocación de químico farmacéutico al adoptar la identidad de un párroco español, y estafar a un buen número de incautos. De Sonia F. (my puppy love) no volví a saber nada, sin embargo, por la vida que llevaba, no creo que aún esté viva.
En favor de mis compañeros que concurrieron a aquella celebración, todos personas señaladas de “grifos” (adictos) por otros jóvenes, y de “parias” por sus mayores, he de decir que siendo merecedores, todos ellos, de sus pésimas reputaciones y a pesar de ser verdaderos iconos que representan los peores años de mi vida, los recuerdo con especial cariño. Todos ellos fueron jóvenes valiosos y buenos que entre alucinaciones, carcajadas y música pesada, sufrieron terriblemente por haber quedado atrapados en un mundo degradante y maldito al que sólo unos cuantos lograron sobrevivir.


EL RESUMEN DE UN HOMBRE VIEJO



Mi abuelo vivía en un rancho pequeño; al fondo del mismo, el silo metálico donde guardaba maíz, rozaba el vientre del techo; a la par, una pequeña tarima que cubría el suelo, servía de bodega a mil y una cosas: palas, sacos, fumigadoras, recipientes plásticos, cubetas y algún machete; en la parte central, a la derecha, frente al silo, descansaba su cama sobre cuatro extensiones de madera que la elevaban más allá de lo normal, sobre ella caía un mosquitero que le daba un aspecto tétrico al espacio que lo rodeaba; bajo la cama se escondía un cofre donde el anciano guardaba su ropa y sus cosas valiosas, y a su lado, siguiendo la línea imaginaria del centro, frente a la tarima, prorrumpía una pequeña mesa de madera oscura, muy antigua, que era asistida por nada más que dos sillas, tan maltrechas como ella misma; sobre esa mesa, infaltables, una lata de leche en polvo, un frasco de café instantáneo y otro idéntico, lleno de azúcar, y un par de pocillos viejos. En la entrada, sobre un tablón que se alzaba a la altura de medio cuerpo, estaba anclado un pequeño molino y en su derredor, dispersos por todos lados, desordenando la superficie, algunos granos de maíz entero y muchos de quebrantado que habían escapado del guacal de morro con que, don Braulio Peláez, alimentaba a sus gallinas. A un lado estaba la cocina de leña, nada sofisticada: unos cuantos ladrillos unidos con mortero de cal, una plancha metálica, parte constitutiva de un tractor extinto, y una pequeña parrilla sobre la que se mantenía esclavizada, tiznada y desfigurada, una pobre jarilla de peltre. Desde la mitad del techo un tapesco y un tecomate colgaban alegres; al costado, frente a la hamaca de pita, asomaba una estantería de tablas donde permanecían una escopeta y un radio antiguo que, conectado al cielo por un hilito de cobre, recibía señales de todas partes del mundo. Lo demás eran libros con lomos de mil colores, que tenían atrapados dentro los pensamientos y la creación de cientos de autores, y esperándolo sobre una mesita, a un lado de la hamaca, su libro preferido (Rimas de Gustavo Adolfo Bécqer), sus gafas de lectura y su tabaco.


No he encontrado mejor forma de resumir a mi abuelo que describir el espacio que consumía, y enumerar las cosas que poseía .............porque también eran su vida.


OLOR A SAL




El calor producía vaporosos espejismos en los campos recién arados de las tierras bajas que, gracias a su proximidad con los ríos Ican y Sis, con el bosque de mangle y con el mar, se mantenían húmedas y fértiles año tras año. La tarea de sembrar sandía, aventura empresarial en que me embarqué cuando apenas cumplía mis benditos veinte, era trabajo arduo y tenía más bemoles que maravillas. Aquel, por ejemplo, era día de pasar la rastra para pulverizar los terrones que el arado había dejado esparcidos el día anterior, parecía cosa sencilla, pero el “Poporocho” era terco como mula y se rebelaba contra su suerte con mucha facilidad. El polvo que levantaba la rastra y el humo que el viejo armatoste emitía, mezclado con el copioso sudor y la humedad de la costa, transfiguraban mi rostro hasta dejarme irreconocible. La música norteña, ama y señora de aquellos lugares, no ayudaba a quitar la sensación de combustión espontánea y mucho menos el “mal de orín” que provocaba la temperatura de la caja de cambios con que el viejo John Deere castigaba a quienes osaban cabalgar en sus oxidados lomos.

El almuerzo tampoco era gran consuelo: arroz mazudo, frijoles negros cocidos y tortillas tiesas, recalentadas con fuego de leña, y para mojar la garganta, solvente universal recién sacado del pozo artesano: agua turbia que disfrazábamos con jugo de limón, azúcar, y un profiláctico chorrete de aguardiente.

Al final de la jornada se obligaba un buen baño en el río, y un cambio de ropa para después acelerar levantando polvo por los campos sembrados de algodón, siguiendo la puesta de sol rumbo a las viejas salinas, a la casa de Tío Chano, procurando estar puntual para la cena, en nada diferente al almuerzo excepto por el café instantáneo servido en pocillo de peltre, y después, cumplidos todos los protocolos, trepar de nuevo al 4 X 4 para ir hasta la tienda de la Munda, en la aldea más cercana, y cargar a mi cuenta corriente al menos cuatro de aquellas inolvidables granizadas con jarabe de leche que solía tomar con inmenso deleite. Más tarde, después de recorrer de regreso aquel caminito paralelo a la playa, era mi placer pasar unas horas platicando con mi tío Chano, sentados ambos en un tablón, fumando un cigarrillo, viendo la multitud de estrellas brillando en el cielo, oyendo las olas rompiendo con fuerza en la playa y respirando la brisa marina que trae el olor de la sal.

Qué razón tenía Hemingway cuando dijo que “El hombre que ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera"


EL INDIO TABIKE




Cincelado en piedra el rostro, surcada por mil arrugas la piel; indio descalzo, complexión de roca y frente de buey. A mecapal, mercader del barro, de palabras cortas y estirpe de rey. Cien años de edad, Tabike, solemne confesaba, hincada la rodilla en tierra, sombrero al pecho y al cielo la mirada.

Pesada carga: comal, apaste, olla y tinajón a la espalda llevaba. Robaba pedazos de vida al tiempo, recorriendo la campiña con su paso lento, y andando por aquellas veredas morenas, flanqueadas de blanco algodón, nunca le faltaron las fuerzas, ni la eterna gratitud a su Dios.

Al encontrarnos por los caminos, a mi nombre propio jamás llamó. Un vocablo extraño fue el que siempre, con migo, uso; lengua de ancestral pueblo, fonema Chortí irrepetible, palabra con que una vez me bautizó, y cuya traducción castiza: ”GRAN AMIGO”, hoy repito a mucha honra, y escribo con el mayor orgullo.



jueves, 20 de septiembre de 2007

FELIZ DÍA, PAPITO

Un día le exprese a mi esposa lo mucho que me impresionó la serenidad que mostró durante el sepelio de su padre, pues a mí me parecía poco probable asumir, en su momento, similar actitud. Ella fue directa al hacer la observación de que, quizá, existían cosas pendientes entre el viejo y yo, que no me permitían estar preparado para su partida.

Mi relación con él siempre ralló entre lo tenso y lo explosivo; 15 minutos era el tiempo record que marcaba la diferencia entre un saludo y la guerra campal; ”Demasiado diferentes” era mi explicación postulada; ”Demasiado iguales” es la razón que hoy descubro.

Hombre del aire, militar hasta el hueso y portador del gen maligno -y por desgracia hereditario- de la dificultad extrema para expresar sentimientos, el viejo no tuvo otra forma de mostrar su inmenso amor hacia su único hijo, que esforzase para asegurarme el futuro, y proveer para lo que, alguna vez, fue mi presente.

Aquella calurosa y solitaria noche de hotel minimalista, en el que sin nadie saberlo, sería su último día del padre, tomé el teléfono y a larga distancia obligue las sencillas palabras que, desde adolescente, mi boca se negaba a pronunciar: “feliz día papito.....Te amo”. Por respuesta: un breve silencio seguido de un sollozo ahogado y, luego, mezclado con llanto incontenible, el “te amo con todo mi corazón, hijo mío” que jamás, de él, había escuchado.

Juro que fue el 5 de septiembre, en soledad y en el mismo cuarto de hotel, cuando escuché las palabras: ¿Estas preparado para su partida?....... A pesar de la impresión, mi respuesta fue tan espontánea como serena: “Sí.......ahora sé que lo estoy”. Cuatro días después lo abracé muy fuerte, le di un beso en la frente, cerré sus ojos, y aun sintiendo en mi pecho su último suspiro le dije: ”Te amo, papito.......... hasta pronto”



"UNA HABITUAL MAÑANA GRIS"




Día gris y lluvioso, mañana de una noche desvelada y solitaria en este valle; tiempo para ver por mi ventana las imágenes de árboles verdes con hojas empapadas; visiones de techos que escurren como si lloraran y de charcos y riachuelos que hipnotizan la mirada y recuerdan la vida. “Dime amigo: ¿La vida es triste o soy triste yo?” preguntó Amado Nervo.

La melancolía que, en esos días en que cielos grises y lluvia fría, suele salir de su confinamiento para respirarse en la atmósfera y sentirse en los huesos, no quiere ahogarse en la taza de café que bebo de prisa, antes de salir de casa; pero no se irá con migo, porque esta vez no me sale de ningún lado llevarla.

Víctor Hugo dijo que “La melancolía es la felicidad de estar triste”. No dudo que, de tristezas y melancolías el hombre sabía mucho, pero de felicidades, parece que sabía muy poco.

ALGIA DE PECHO




Confieso que me he enamorado demasiadas veces, pero juro que me sobran los dedos de una mano para enumerar a las mujeres que he amado de verdad. Durante mi primera inmersión profunda en ese abismo llamado amor, experimenté las más extrañas sensaciones: comportamiento errático, algún desorden alimenticio, necesidad obstinada de escuchar ciertas canciones como “El día que me quieras” con Roberto Carlos, y “The air that I breathe” de los Hollies y una ansiedad que apenas lograba apaciguar fumando obsesivamente. También padecí, además de insomnio recurrente, una peculiar molestia caracterizada por cierta algia focalizada en el pecho, que se hacía especialmente aguda cuando aspiraba profundamente, en otras palabras: “me dolían los suspiros terriblemente” .


Sufriendo tan desconcertantes síntomas, una mañana de marzo del 74, me senté en mi lugar secreto para hacer el inútil esfuerzo de estudiar alguna materia, y mientras mi mente se escapaba sin control por las veredas donde mi alma transitaba, en un pedazo llano de la corteza de mi querido árbol, escribí con un bolígrafo barato el nombre de ella.....lo hice poniendo todo mi sentimiento en cada letra; también gravé en mi mente la idea de que esa tinta, sólo se desvanecería el día en que mi amor por “My Puppy Love” llegará a su fin, pero corazón adentro, deseaba con todas mis fuerzas que eso no ocurriera nunca. Invariables ante las lluvias de un par de inviernos y algunos romances intranscendentes, tinta y sentimiento permanecieron tan vivos, aferrados a la corteza de un árbol centenario y a un alma fuerte que se negaba a olvidar a una mujer que era tan libre como el viento.


Sin embargo, recuerdo la sorpresa que me causó, en abril de 1976, llegar al lugar que por años fue el refugio de mi alma, para descubrir que la tinta con que escribí aquellas letras había desaparecido para siempre.......y que coincidencia: también aquellos extraños síntomas habían sido reemplazados por otros muy parecidos. Benjamín Disraeli dijo: "La magia del primer amor consiste en nuestra ignorancia de que pueda tener fin". A mi vida habían llegado nuevas canciones; otro nombre y otro rostro habían ocupado (inmerecidamente y en mala hora), ese lugar tan exclusivo en mi alma y corazón.


ENANOS DORMIDOS




Describir un sentimiento, por pequeño que sea, es una tarea monumental; he leído y escuchado a muchos poetas y trovadores, y estoy seguro de que ninguno de ellos ha quedado satisfecho tras enfrentarse a semejante reto.

Yo, más loco que músico o poeta, encuentro que cada sentimiento esgrime su propia espada, a veces sus hojas son frías y poco afiladas, otras son cálidas y cortan con gran suavidad y dulzura. Como le ha sucedido a cualquiera, mil espadas han atravesado mi alma; algunas lo han hecho varias veces, pero ninguna tantas como la tristeza. Su acero es helado y su sabor amargo; se desliza lentamente, desgarrando cada fibra y se fragmenta en mil pedazos mientras penetra, haciendo virtualmente imposible su extracción completa.

Las heridas sanan exteriormente, pero cada pedazo que ha quedado adentro permanece dormido, esperando su momento para castigar la entraña. Basta una canción, un recuerdo y a veces solamente una palabra para que el enano dormido se convierta en un “gigante despierto”. También comparo la tristeza con una enfermedad recurrente, y conozco muy bien su cura: otro sentimiento, uno diferente y nuevo.......otra espada enterrada en el alma.

Lo dicho: ni músico, ni poeta, pero de algunas cosas creo saber un poco.


INCERTIDUMBRE




Estanzuela, 16 de junio del 2007

Amanece y estoy sentado frente a mi escritorio esperando una llamada que podría no producirse hoy, ni mañana. Parece cosa rutinaria, algo de todos los días, pero no lo es: no estoy en la oficina, ni en mi estudio, sino en la casa que hace más de medio año renté en Estanzuela. El sol brilla radiante y entra por la ventana. Después de una noche de lluvia el cielo se muestra limpio, vestido de un azul intenso, y yo estoy aquí, desvelado, ahogándome en esta incertidumbre: un nuevo giro, de esos que dan vértigo, se vislumbra para mi vida: dejar este lugar y volver a la ciudad capital inmediata e indefinidamente, posponer mis planes, improvisar unos nuevos, adaptarme por enésima vez a las circunstancias emergentes. También podría suceder que tenga que seguir aquí, en esta soledad y tan lejos de los que amo, o que quede libre para emprender lo mío, y creo que a eso es a lo que más le temo, a dejar la estabilidad, a cambiar tan abruptamente.

Anoche no me sentí como ese “Superman” que alguna vez creyó ver, en mí, mi hijo José Rodrigo (Trukis en Libro de Arena”), y en esa llamada que siempre recibo de mi esposa, una vez dicho lo cotidiano, lo dulce y lo rutinario, no pude colgar a la primera: le rogué a Patricia que no se despidiera, que permaneciera al habla por un poquito más de tiempo. Necesitaba su fuerza, necesitaba sentir y creer que, suceda lo que suceda, nada cambiará entre nosotros. Anoche -como si no lo supiera de sobra-, necesitaba confirmar que soy amado y que no estoy a la deriva, solitario en este mar de incertidumbre.

Guatemala, 26 de junio del 2007

Por el momento he sido transferido a ciudad de Guatemala. El futuro próximo sigue siendo incierto. “Toda ansiedad se genera en el futuro. Nuestra mayor preocupación es lo que pueda producirse mañana” -Osho-.


miércoles, 19 de septiembre de 2007

20 y 13



La 20 avenida de Kaminal Juyu II, en la zona 7 de ciudad de Guatemala (ardiendo, como siempre)

A mediados de los 70´s, Sergio, Fernando y yo nos apropiamos de la esquina de la 20 y 13, donde nos reuníamos para hacernos los muy machos, escuchando música rock, fumando algún pitillo furtivo y diciendo toda clase de disparates. Evadidos y olvidados de casa, se nos dormía el sueño, mojado por el sereno de las vigilias que consumíamos entre bromas, ojos llorosos y estómagos partidos a fuerza de tanta risa. Qué bien la pasábamos en ese lugar, en nuestros años pubertos, a mitad de los 70´s, tiempo en que la vida aún era toda Peace and Love, los amores eternos se nos esfumaban en unas cuantas semanas, y las mejores bandas de rock se nos desbarataban una a una, dejándonos con un gemido ahogado en la garganta.

Algunas de esas noches fueron tristes: la decadencia del rock y el fin de la era de acuario nos partían el alma, sin embargo eran los amores juveniles, que no pasaban de largo sin darnos antes un buen zarpazo, los que golpeaban más duro la entraña. Cuando el sufrimiento arremetía contra alguno, permanecíamos leales y solidarios: nada de rock, y nada de bromas, y por respeto al doliente, solamente escuchábamos canciones como la “cortavenas” de Dany Daniel: “Por el amor de una mujer”, o cualquier otra de similar calaña.

Fernando y Sergio se casaron con sus “amores del alma” y siguen viviendo en el barrio; eventualmente nos cruzamos por la calle, cuando visito a mi madre. Fernando se divorció, pero parece irle bien con la venta de autos usados, negocio con el que adquirió un poco de “mala fama”. Sergio se dejó venir de Houston, para heredar el almacén que su madre, después de enviudar, logró levantar a pulso. Ninguno de los dos es lo que solía ser –sin duda yo tampoco lo soy- Fernando se ha convertido en un personaje esquivo y siniestro, y Sergio se olvidó de aquella tiendita de barrio que sus padres tenían, donde, aún siendo niños, los tres nos hicimos compinches ajustando monedas para comprar helados o intercambiando estampitas para completar algún albume.

Hoy -como “Los Beatles”-, por respeto al pasado, nos saludamos a distancia, apenas con un ligero movimiento de cabeza. Los tres sabemos que nuestra hermandad se desintegró como lo hizo la banda “Grand Funk Railroad”, y que nuestra amistad se diluyó, como le sucedió a los integrantes de “Creedence Clear Water Revival”; pero, caducas amistades y respetos aparte, los momentos, aventuras, alegrías, tristezas, y todas las demás cosas que vivimos juntos, seguirán para siempre allí, en la esquina de la 20 y 13 de Kaminal Juyú II, nuestro viejo barrio en ciudad de Guatemala.

ESCRIBIR UN LIBRO, TENER UN HIJO Y SEMBRAR UN ÁRBOL



Mi pequeño arbolito

Proverbialmente hablando, hay tres cosas que un hombre debe hacer antes de enfrentarse a la muerte: tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol. Si dicho proverbio tiene algún fundamento, podría decirse entonces que me he ganado el derecho de morir en paz, porque después de engendrar a mis hijos, y antes de escribir un par de cosas que podrían entrar en la categoría de libros, sembré mi árbol.


Apenas medía dos palmos cuando lo llevé a casa, protegida su cofia por una pequeña bolsa negra llena de tierra. Lo planté en el lugar más privilegiado del jardín al que mi esposa y yo dimos forma, en la casa que recién habíamos comprado. Supongo que su raíz logró introducirse en alguna cañería, porque en pocos años, de pequeño piloncillo pasó a ser un verdadero gigante: siempre hermoso, siempre verde, siempre vivo, siempre dueño de su entorno; protegiendo nuestro hogar con sus frondosas ramas que han llegado a dar albergue a docenas de pájaros que nos hacen la vida alegre, anunciando el anochecer y despertándonos cada mañana con su algarabía llena de trinos y gorjeos.......y dándonos la lata con sus travesuras y pleitos.


En muchas formas ese árbol ha traído vida a nuestra casa: nos ha brindado a Patricia y a mí, tardes y mañanas placenteras y también nos ha acompañado en esos momentos que no podemos recordar como gratos. Era preocupante verlo crecer más allá de toda expectativa, por lo que hice lo posible por detenerlo mientras seguía buscando profundidades y alturas, porque sus raíces no sólo han desnivelado el piso de los caminitos que rodean el jardín, destruido el lugar que construí para hacer fogatas (y que jamás utilicé), dejando fuera de plomo el muro de contención del garaje y roto un tubo de agua que abastece la lavandería, también se han metido en nuestros corazones, de donde nada se ha podido hacer para sacarlas.


Mi esposa y yo, sin ser “eco-histéricos”, hubiéramos hecho cualquier cosa por salvarle la vida a ese árbol, pero su sentencia de muerte ha llegado firmada por nuestros vecinos, a quienes los pájaros que tanto alegran lo nuestro, hacen estragos en sus casas, dejando caer desde el cielo sus “bendiciones” sobre sus recién estrenados autos, manchando sus aceras, sus portones, sus ventanas, su ropa tendida al sol......y a alguno de ellos, dejándole un mal recuerdo en la camisa...... y otro más feo en la calva.


El domingo pasado me levanté a media noche y salí al jardín para contemplar su belleza, y para constatar, con un nudo en la garganta, que ni la luz de la luna, ni la del sol, como tampoco la lluvia o el sonido del viento volverán a ser lo mismo sobre nuestra casa; ya no querré tomar el desayuno, ni leer un libro, o simplemente meditar viendo la puesta del sol tras las montañas y volcanes desde mi lugar favorito, ese espacio verde que, sin el árbol, jamás volverá a ser lo mismo.

"LOS COMPADEZCO"

Los "patojos" del ITECNOR en uno de sus aprendizajes prácticos



Hoy he querido tomar el almuerzo en la cafetería de la Escuela de Agricultura de Nororiente, en La Fragua, Zacapa, institución que colinda y tiene relación directa con el Instituto Tecnológico de Nororiente, proyecto en cuya construcción trabajo. Mientras me alimento veo a los jovencitos de ambos sexos vestidos con blue jeans, camisas blancas, botas tejanas y sombreros a lo cowboy; escucho sus ingeniosas bromas y veo sus movimientos gráciles y esbeltos, limpios como de gato, y los envidio por ser jóvenes, porque tienen la vida entera por delante y porque no saben de gotas reumáticas, de vistas cansadas, de lumbagos, ni de diabetes. Los envidio porque están en ese momento de la vida en que todo parece posible y en el que se tiene lo necesario para alcanzar el cielo. .......aunque también los compadezco un poco.


Los compadezco porque aún tienen que pasarse este y muchos días atendiendo las tediosas disertaciones de sus maestros; los compadezco porque a sus 16 o 17 benditos años, aún tienen que sujetarse a sus mayores, y porque, además de no cargar más que unas pocas monedas en los bolsillos, les queda mucho trabajo y desvelo para llegar a tener sus vidas resueltas, y los compadezco, especialmente, por los sufrimientos que aún les quedan por vivir. Sin embargo, cuando veo sus rostros pletóricos de vida y sus ojos llenos de luz, y escucho sus carcajadas saturando el ambiente de alegría, me doy cuenta de que, en realidad, no los compadezco tanto
.



RAICES AL AIRE




De un tiempo a esta parte he dejado de sentirme propio en mi terruño: Ciudad de Guatemala- Las interminables filas de autos en las calles saturadas de carteleras y rótulos luminosos; el ambiente pesado y la correría de la gente, el concreto masivo mezclado con alfombras interminables de asfalto, los largos minutos con la vida detenida en los semáforos y las horas vividas por gusto, despilfarradas cada día en los embotellamientos. La masa de sonidos conformando ese perpetuo ruido, y el olor a agitación e indiferencia que ha curtido nuestras narices hasta volverse imperceptible, hacen que desee tomar a los míos, escapar de las fauces de este monstruo pétreo y no volver jamás, pero ellos tienen sus cordones umbilicales conectados a la urbe, se alimentan con su barullo, sus vidas están engranadas a la metrópoli, son parte de su maquinaria y giran al compás de sus ruedas dentadas; languidecen cuando dejan de respirar su aire, se marchitan como plantas arrancadas de su suelo si se ven separados de este vértigo infame.


Además, aunque al llegar a casa disfruto cambiando los refrescos instantáneos y la bazofia cocinada por propia mano con que suelo envenenarme cuando estoy en el pintoresco pueblo donde trabajo, por buenos tintos, blancos y rosados, deliciosas cenas en restaurantes y ricos almuerzos preparados por esposa o madre; también cambio sacrílegamente al Sr. K de Franz Kafka por “Los hombres de Paco” de Antena 3, y al Zaratustra de Nietszche por Los Simpson de la cadena FOX, cosa que, aunque divierte no tiene perdón de Dios, por cuanto llora sangre.


Por tanto, he de seguir viviendo solitario, trabajando, escribiendo y devorando libros en esta tierra: Zacapa, que aunque está a sólo tres horas por carretera de casa, se siente terriblemente lejana, no obstante, seguiré procurando no elevar mucho mis ramas al cielo, a fin de que mis raíces permanezcan superficiales y puedan alimentarse en cualquiera de los dos suelos.


MINUTOS DE VIDA





Para sorpresa mía, el invitado de ese día, en el programa matutino de la Infinita FM que solía escuchar regularmente, era amigo mío desde la juventud. Nadie es profeta en su tierra, por lo que, incluso hoy, me parece inverosímil que Jr. Zapata, en cosa de tres décadas haya pasado de “bala perdida” a escritor y conferencista de éxito internacional. Por diversos motivos mi trato con él había pasado de nulo a frecuente en los últimos años; desafiante, directo y confrontativo, mi ojiverde amigo sigue siendo excéntrico, viste estrafalariamente y permanece, todo el tiempo, electrizantemente inquieto.


Pero no es de Jr. Zapata que deseo reflexionar hoy, sino de una nota que, después de escuchar ese programa, escribí en mi agenda del 2005, en uno de los espacios que dedico para apuntar las cosas que aprendo cada día:


“La vida debe ser algo excitante; dormir debe ser, para mí, como lo era cuando niño: interrumpir molestamente la excitación de la vida, y no el alivio momentáneo del agobio diario”.


Días después, tuve la oportunidad de hacerle un par de preguntas a Jr. con respecto a los pensamientos expresados por él en ese programa radial, Su respuestas fueron simples: Estuve a punto de morir por un cáncer de estómago –dijo él-, pero con la ayuda de Dios salí adelante; desde entonces, duermo lo menos posible, suelo acostarme tan tarde como pueda, y me levanto en mitad de la noche para contemplar por largo rato a mi esposa y a mi hija mientras duermen; cada madrugada estoy ansioso por emprender el nuevo día para dedicarme, con pasión, a lo que amo, porque no quiero desperdiciar ni un sólo minuto de esa vida que, no sé por cuanto tiempo, me han prestado.


AUTORETRATO





Bienaventurado aquel que ha logrado estirar lo suficiente el “hilo de plata” para trascender el yo conciente y echarse desde afuera un panorámico vistazo; porque solamente traspasando esa homérica frontera, se desliza del ojo la escama que deforma la opinión de sí mismo, cosa que puede ser sencilla si se posee un alter ego capaz de tomar por asalto la ciudadela donde el ego vive atrincherado y someter al desgraciado a juicio sumario o, cuando menos, a un obsoleto análisis freudiano.


Lo que miro de mí mismo, cuando me calzo de honestidad, no me causa asombro alguno y, la verdad, ninguna descripción que venga de labio ajeno, por crematística que sea, se sale de mi inventario, pues, por propia mano, en alguna parte escrito está: “He viajado por los confines de mi ser interior y he visto lo que hay en mis entrañas”. Sé quien soy, y sé que no necesito encontrarme, sino perderme, hacerme de nuevo en un recycling a ecológica usanza, porque he tenido la fortuna de contemplar con el alma misma los bloques de ilusiones y realidades con que se ha construido mi vida, así como el mortero de “cal y arena”, sinónima argamasa del bien y el mal con que, en hiladas de soga y canto, ha sido colocado en su lugar cada uno de ellos. También he visto las manos que han levantado tan irregular mampostería: en los tramos perfectos, estas han sido divinas, en los maltrechos....!Qué sorpresa¡ Mis manos se reconocen a leguas.


No soy mejor que nadie, y en lo único que soy diferente es en que soy idéntico, y si ha menester pintar mi propio retrato, sin reservas hundiré mis pinceles en sincretismo, eclecticismo y liberalismo......y mi brocha gorda en estúpido romanticismo, que es el ocre color de mi perdición eterna. Habilidosamente bosquejaré a lápiz y esfuminos, a mano alzada y de memoria, la estampa del hombre glotón y vicioso de letras, vino, tabaco, café y amores necios que soy, y le aplicaré un efecto de profundidad a ese lienzo, con una degradación coloreada por esa soledad que, a fuerza de costumbre, hice mi amante desde niño, y que ha permanecido con migo sin importar con quien haya compartido un simple beso, la cama, o la vida.


Y para rematar tan regia obra, nada mejor que un poco de brillo transparente que logre matizar esa idiotez que me permite tomar con cierta ligereza la vida, y hacer, sin miedo, “lo más peligroso de todo, que es vivirla”....... Porque, aunque el mundo se esté cayendo, y la cosas a mi alrededor estén la mar de jodidas, he aprendido a sentir esa vida poro a poro, y a disfrutarla como quien cuenta sus últimos días.


viernes, 14 de septiembre de 2007

PÁGINAS EN BLANCO




Qué habitual se está haciendo esto: abro la laptop, escojo, en el reproductor de Windows Media, una lista que he titulado “música para trabajar”; minimizo, abro Word, y me quedo estático ante este “nuevo documento en blanco”. Durante casi dos años he escrito incesantemente; prácticamente a diario mi alma se ha derramado sobre estas teclas: cuitas, gemidos, introspecciones, vivencias, aventuras, sueños, digresiones, protestas y desilusiones saturaron mi página en Blogger y colmaron el espacio disponible en mi memory stick, ocupando cada Bit.


Hoy, como otras veces, deseo escribir; quiero publicar un post esta semana, pero nada fluye mientras el cursor titila. Me aterroriza pensar que sólo la tristeza, la melancolía, el dolor y la rabia tienen algo que decir; me espanta pensar que la tranquilidad y felicidad son silentes, y que el alma atormentada sea la única fuerza que empuja a ciertos “escribientes” aficionados, como yo. Y es que, aunque las cosas en el trabajo marchan terriblemente y estoy lejos de casa, viviendo solitario en un cuchitril (a decir de otros y a voluntad propia), sofocado en este desierto florecido a fuerza de riego por goteo, me siento amado por ella, y, aunque mi vida no está exenta de problemas, tener en mi haber su amor, hace que mi existencia sea prácticamente perfecta.


Gustavo Abril

OTRO MUNDO



La iglesia católica de Estanzuela, frente al parque principal.

Por la tarde vi caer la lluvia en el occidente, sobre la Sierra de las Minas. En lo alto de una de sus montañas pude observar una catarata que suele aparecerse, majestuosa, cada vez que el cielo vierte su llanto. El invierno ha llegado, pero aún no ha visitado formalmente este valle casi desértico, pronto se hará presente para refrescarlo todo y quitar de las plantas el color café, vistiéndolas de mil tonos de verde.

Aspirando el olor a humedad, al ponerse el sol, caminé largo rato por este bello lugar, atravesé el más grande de sus parques y recorrí sus callejuelas empedradas sin poder confundirme con esa gente de rostro amable, que abre las puertas de sus casas con cada puesta de sol, dejando al descubierto, sin ninguna preocupación, la intimidad de sus hogares para salir a sentarse en pequeños grupos y sostener amenas tertulias al fresco de la noche.

Qué diferente es la vida en mi desconfiada tierra, donde todos nos escondemos y cada quien cierra nerviosamente, tras si, la puerta. Casi sicóticos, atisbamos por rejillas, ojos mágicos y pantallas de “intercom” a quien nos busca. Evitamos cruzar miradas, respondemos a distancia y sospechamos, sin importar la facha, de cualquiera que camine por la acera. El valle de la Ermita (Ciudad de Guatemala), a fuerza de vivir tres décadas de guerra y una de terrible delincuencia, se ha vuelto enclaustante: nos encerramos en los autos deseando no tener que detener la marcha en altos y semáforos. Nos parapetamos en las casas: elevamos tapiales que coronamos con razor ribbon, colocamos barrotes en los vanos de las ventanas y apostamos ojos guardianes en los pórticos de cada entrada.

Aquí, en Estanzuela, el ambiente es de otro mundo: aún se puede creer en la gente, se confía en la palabra, se respeta la propiedad ajena, aunque esté descuidada y a la mano. La vida se vive tranquila y, para mi deleite, aún se le puede beber a sorbos.


Gustavo Abril


EL CONTADOR DE CUENTOS




Él era mi tío abuelo, su padre fue un inmigrante español y su madre una mulata cubana; tenía más de ochenta años cumplidos, su pelo era plateado como su barba, su tez tenía un color bronceado claro y sus ojos parecían dos chispitas de un azul intenso; era la imagen exacta del Caballero de la triste figura: flaco, huesudo, con la cara larga, una estatura que pasaba del metro noventa, un espíritu aventurero y un corazón del tamaño de un barco de carga.


Solía alojarme en su casa a la orilla del mar: un rancho grande de horcones de mangle, paredes de caña y techo de hoja de palma que tenia por dentro el calor que sólo se siente en los mejores hogares; mi primo Fausto y yo pasábamos las noches tendidos en un par de hamacas que estaban colgadas justo al lado de su cama, fumábamos para ahuyentar a los insectos mientras “Tío Chano” encendía para nosotros la noche hablando de mujeres, aventuras en la selva, tormentas en alta mar y cuentos de aparecidos; contaba tan vívidamente sus historias salpimentándolas todas con fechas, lugares, canciones y poemas, que daba gusto escucharlas y darlas por realidades sin importar lo fantásticas que fueran.


Cuando nos sentábamos a la mesa solía tomar la jarrilla de peltre para servirse el café; yo movía su taza de un lado a otro siguiendo el trayecto del inquieto y desorientado chorrito y hacía lo mismo con su plato cada vez que se servía la comida; con frecuencia él encendía una vela para caminar en la oscuridad, en realidad andaba de memoria y la lumbre sólo la usaba para guardar la apariencia; es que mi viejito se estaba quedando ciego y no quería que nadie se enterara de su más grande dolor y desgracia.


La noche del 4 de febrero de 1981 “Tio Chano” esperó despierto a que yo llegara de la capital. Al entrar a su casa me entregó una pequeña caja donde guardaba varios recuerdos: monedas alemanas muy antiguas, que alguna vez pertenecieron a un “tesoro”, una figurilla de jade extraída de de una “ciudad perdida”, un broche de oro y esmeralda que perteneció a una misteriosa “condesa” y algunas fotos ajadas de personajes y lugares que yo jamás conocí. “Esta es mi posesión más querida” -me dijo en secreto- “Te la dejo como herencia porque fuiste mejor que un hijo.......es pa´ que no te olvides de mí cuando ya no vuelvas a verme”.


Qué poco se lee en esa lápida que frente al mar se yergue sobre la arena: “Felciano Pelaéz Ambelez. “19 de Sep. 1899 - 19 de Feb 1981” ¿En dónde dice que esa es la tumba de Don Juan Tenorio, El Quijote de la Mancha y Lawrence de Arabia, todos mezclados en uno? ¿En dónde que el que ahí yace era el más grande cazador de sueños y ladrón de corazones? Y ¿En dónde que fue un hombre admirable, mi mas sabio consejero y el anciano mas adorable que yo haya conocido?


Gustavo Abril


jueves, 13 de septiembre de 2007

MI CASA EN REFUGIO COUNTY, TEXAS, USA



Ocaso y estación de gasolina en Refugio

El sol, convertido en un círculo rojo, está a punto de tocar el horizonte que, en esta latitud, parece prolongarse infinitamente. La solitaria carretera que conduce hasta la frontera, traza, en ese tramo, una interminable línea recta que se pierde hasta donde la vista alcanza. Junto a mí, en el asiento de al lado, un maletín de mano es mi único acompañante. En mi mente, el enorme deseo de regresar pronto a casa llena todo mi pensamiento. A mi derecha, sobre un montículo de grava interminablemente alargado, descansan, lado a lado, los durmientes que soportan los rieles de la vía férrea que corre paralela a la carretera. Mientras conduzco la noche casi ha llegado, las primeras estrellas brillan tenuemente en la parte del firmamento que ha convertido al cielo en un personaje de dos caras: una que se pinta de un azul profundo hasta convertirse en negro y otra que arde con el ocaso, en medio de un naranja intenso.


Las primeras señales de presencia urbana aparecen: rótulos que me dan la bienvenida; Club Rotario, Club de Leones, Primera Iglesia Metodista, un pequeño motel de tercera clase, un par de restaurantes ofreciendo “fajitas” y "bbq", y el enorme depósito de agua, con la palabra “Refugio” visible desde cualquier parte. Doblo en la esquina de la pequeña gasolinera que el tiempo dejó prisionera en los años cincuenta. Las calles están casi desiertas. Avanzo dos bloques y luego giro a la izquierda, en la calle de la arboleda. Allí está la casa, a mi derecha; grande, mal pintada y de madera; la hierba en franca rebeldía, el tejado llorando la ausencia de algunas piezas perdidas, y el porch, estrenando sillas plásticas. Hay macetas con flores alegres sobre el barandal torneado, pintado con mala mano; a mis pies, en el pórtico de entrada, saluda el tapete con un letrero que, de tanto uso, ha quedado enmudecido; en el batiente de la puerta, como si me esperara hace tiempo, una campanilla alegre anuncia a la familia Madrigal, mi repentina llegada.

Bob Madrigal es un tipo rustico, mejicano hasta el hueso, que no pierde oportunidad para burlarse de mi acento, siendo, el de él, verdaderamente horrendo. Lo conocí en el año 87, cuando le salvo la vida a un Nissan que compré en Austin. Nos hicimos amigos en medio del Tex Mex que salía de los enormes parlantes de su Oldsmobile con asientos de terciopelo púrpura, en el que viajamos a Brownsville para comprar piezas de repuesto para mi pequeño enfermo. A partir de ese día, atravesar Refugio sin pasar por la casa de Bob, sería, más que una ofensa, un verdadero sacrilegio.

Al entrar por el umbral de esa puerta, la escena de mi última visita se repite: el mismo reguero de juguetes de los “chamacos”, las fotos de la raza inundando hasta el más recóndito espacio, el “la-z-boy” desvencijado, apostado frente al gigantesco televisor, el stereo sonando fuerte y los ventiladores de techo girando quejumbrosamente; Marta recibiéndome con un beso, el olor a la merienda, de la que siempre habrá para mi un plato, la Budweiser helada para mitigar la sed del viaje y el abrazo sincero de ese gran amigo que me hace sentir como si estuviera llegando a mi propia casa con su saludo de siempre: “bienvenido a tu humilde rancho”.
Gustavo Abril