La fiesta para celebrar el doble cumpleaños se programó para el 16 de mayo de 1974, a las 3:00 de la tarde, hora ideal para que todos pudiéramos pasarla bien por un buen rato y regresar a casa antes de tener problemas. El lugar escogido, la casa de Eddy H. estaba en el barrio Carabanchel, cuyas calles se habían convertido en el escenario del lado oscuro de mi tierna adolescencia.
Las invitaciones se hicieron muy selectivamente; a la mayoría de asistentes los recuerdo someramente, pero de los siete alumnos del colegio “José Antonio Larrazabal” que asistieron (incluyéndome), me acuerdo perfectamente: Salvador M. que tenía evidente vocación químico farmacéutica, pues conocía los principios activos y las composiciones de todo el botiquín que siempre llevaba con sigo; Ligia V. una buena amiga mía, mujer muy atractiva que era capaz de vender hasta el uniforme con tal de tener capital suficiente para sus necesidades urgentes; Edgar G. un aparente hipocondríaco, que sin padecer enfermedad alguna, decía necesitar media docena de píldoras al día para no descomponerse; Luis Felípe L, un niño de apenas 12 años (pero tan kilometrado como si tuviera 20), infaltable en ese tipo de actividades por ser poseedor de grandes dotes empresariales, tanto que a su corta edad manejaba una impresionante cartera de clientes. Por supuesto, también estaba el anfitrión Eddy H (mi mejor amigo en aquella época), quien por su incursión en las religiones orientales, practicaba el vegetarianismo y mostraba gran preferencia por la ingesta de hongos, el consumo (por incineración) de ciertas yerbas y por la música de Ravy Shankar. Y también estuvimos presentes, claro está, los festejados, Sonia F. (my puppy love) y yo.
La música escogida para el evento no podía ser más apropiada: Grand Funk Railroad, Lead Zeppelin, Deep Purple, Black Sabath, The Guess who, The Who y algunas clásicas extraídas del mismísimo festival de Woodstock. El ambiente, aunque bastante pesado, era alegre y despreocupado, de esos donde todos se siente muy a gusto, y nadie desea que se rompa el quorum.
A las once de la noche, tres horas después del vencimiento de mi salvoconducto, llegué a casa en una motocicleta “Norton” que me prestó mi buen amigo Eddy. La reprimenda paterna fue apoteósica, pero no demeritó en nada la emoción de haber asistido a esa fiesta y haber departido con aquel grupo tan poco afortunado: Edgar G. (el hipocondríaco), falleció dos semanas después por una sobredosis de heroína; Ligia V, (la comerciante), se dedicó a vender el cuerpo, porque la venta de sus libros, sus uniformes, los prestamos que conseguía y algunos hurtos que hacía, ya no daban para sostener el vicio, y, hasta donde yo sé, nunca pudo salir de la adicción, ni del comercio; Luís Felipe L. (el infantil y brillante empresario), fue asesinado a los 14 años, frente a su casa, por los “pushers” de Kaminal Juyú (mi barrio), que no estaban dispuestos a compartir su territorio; Eddy H. (mi amigo “vegetariano”), murió drogado, cabalísticamente un año después, al estrellar su motocicleta contra una pared, en el barrio Miraflores; Salvador M. es, actualmente, un prófugo de la justicia, se le busca por haber traicionado su vocación de químico farmacéutico al adoptar la identidad de un párroco español, y estafar a un buen número de incautos. De Sonia F. (my puppy love) no volví a saber nada, sin embargo, por la vida que llevaba, no creo que aún esté viva.
En favor de mis compañeros que concurrieron a aquella celebración, todos personas señaladas de “grifos” (adictos) por otros jóvenes, y de “parias” por sus mayores, he de decir que siendo merecedores, todos ellos, de sus pésimas reputaciones y a pesar de ser verdaderos iconos que representan los peores años de mi vida, los recuerdo con especial cariño. Todos ellos fueron jóvenes valiosos y buenos que entre alucinaciones, carcajadas y música pesada, sufrieron terriblemente por haber quedado atrapados en un mundo degradante y maldito al que sólo unos cuantos lograron sobrevivir.
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