viernes, 21 de septiembre de 2007

EL RESUMEN DE UN HOMBRE VIEJO



Mi abuelo vivía en un rancho pequeño; al fondo del mismo, el silo metálico donde guardaba maíz, rozaba el vientre del techo; a la par, una pequeña tarima que cubría el suelo, servía de bodega a mil y una cosas: palas, sacos, fumigadoras, recipientes plásticos, cubetas y algún machete; en la parte central, a la derecha, frente al silo, descansaba su cama sobre cuatro extensiones de madera que la elevaban más allá de lo normal, sobre ella caía un mosquitero que le daba un aspecto tétrico al espacio que lo rodeaba; bajo la cama se escondía un cofre donde el anciano guardaba su ropa y sus cosas valiosas, y a su lado, siguiendo la línea imaginaria del centro, frente a la tarima, prorrumpía una pequeña mesa de madera oscura, muy antigua, que era asistida por nada más que dos sillas, tan maltrechas como ella misma; sobre esa mesa, infaltables, una lata de leche en polvo, un frasco de café instantáneo y otro idéntico, lleno de azúcar, y un par de pocillos viejos. En la entrada, sobre un tablón que se alzaba a la altura de medio cuerpo, estaba anclado un pequeño molino y en su derredor, dispersos por todos lados, desordenando la superficie, algunos granos de maíz entero y muchos de quebrantado que habían escapado del guacal de morro con que, don Braulio Peláez, alimentaba a sus gallinas. A un lado estaba la cocina de leña, nada sofisticada: unos cuantos ladrillos unidos con mortero de cal, una plancha metálica, parte constitutiva de un tractor extinto, y una pequeña parrilla sobre la que se mantenía esclavizada, tiznada y desfigurada, una pobre jarilla de peltre. Desde la mitad del techo un tapesco y un tecomate colgaban alegres; al costado, frente a la hamaca de pita, asomaba una estantería de tablas donde permanecían una escopeta y un radio antiguo que, conectado al cielo por un hilito de cobre, recibía señales de todas partes del mundo. Lo demás eran libros con lomos de mil colores, que tenían atrapados dentro los pensamientos y la creación de cientos de autores, y esperándolo sobre una mesita, a un lado de la hamaca, su libro preferido (Rimas de Gustavo Adolfo Bécqer), sus gafas de lectura y su tabaco.


No he encontrado mejor forma de resumir a mi abuelo que describir el espacio que consumía, y enumerar las cosas que poseía .............porque también eran su vida.


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