jueves, 20 de septiembre de 2007

FELIZ DÍA, PAPITO

Un día le exprese a mi esposa lo mucho que me impresionó la serenidad que mostró durante el sepelio de su padre, pues a mí me parecía poco probable asumir, en su momento, similar actitud. Ella fue directa al hacer la observación de que, quizá, existían cosas pendientes entre el viejo y yo, que no me permitían estar preparado para su partida.

Mi relación con él siempre ralló entre lo tenso y lo explosivo; 15 minutos era el tiempo record que marcaba la diferencia entre un saludo y la guerra campal; ”Demasiado diferentes” era mi explicación postulada; ”Demasiado iguales” es la razón que hoy descubro.

Hombre del aire, militar hasta el hueso y portador del gen maligno -y por desgracia hereditario- de la dificultad extrema para expresar sentimientos, el viejo no tuvo otra forma de mostrar su inmenso amor hacia su único hijo, que esforzase para asegurarme el futuro, y proveer para lo que, alguna vez, fue mi presente.

Aquella calurosa y solitaria noche de hotel minimalista, en el que sin nadie saberlo, sería su último día del padre, tomé el teléfono y a larga distancia obligue las sencillas palabras que, desde adolescente, mi boca se negaba a pronunciar: “feliz día papito.....Te amo”. Por respuesta: un breve silencio seguido de un sollozo ahogado y, luego, mezclado con llanto incontenible, el “te amo con todo mi corazón, hijo mío” que jamás, de él, había escuchado.

Juro que fue el 5 de septiembre, en soledad y en el mismo cuarto de hotel, cuando escuché las palabras: ¿Estas preparado para su partida?....... A pesar de la impresión, mi respuesta fue tan espontánea como serena: “Sí.......ahora sé que lo estoy”. Cuatro días después lo abracé muy fuerte, le di un beso en la frente, cerré sus ojos, y aun sintiendo en mi pecho su último suspiro le dije: ”Te amo, papito.......... hasta pronto”



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