El viento aplasta las pequeñas gotas de lluvia contra las transparencias de este agobiado aparato, obligándolas a esparcirse bajo su enorme presión; está demás poner a funcionar los limpia brisas, la visibilidad igual seguiría siendo cero.
El momento de encontrarnos con el cielo abierto por fin llega, el techo gris y lluvioso ha quedado atras, y con la visión encantadora de este inmenso azul, se asoma desde los confines de mi alma un sentimiento sublime y el pensamiento que le acompaña es inevitable: ¿Porqué suelo olvidar que sobre el estrato tormentoso que rodea con tanta frecuencia la vida, se abre invariablemente un cielo diáfano, dotado de tan extraordinaria belleza?
Pronto habrá que iniciar el descenso; se hará necesario penetrar nuevamente ese caótico espacio, el instinto de supervivencia me jugará de nuevo sus consabidas bromas, sudaré copiosamente sus fríos, pensaré intensamente en las personas que amo y le daré gracias a Dios porque siempre hay tormentas, como ésta, que tienen el poder maravilloso de condimentar tan sabrosamente hasta la más intrascendente vida.