viernes, 14 de septiembre de 2007

EL CONTADOR DE CUENTOS




Él era mi tío abuelo, su padre fue un inmigrante español y su madre una mulata cubana; tenía más de ochenta años cumplidos, su pelo era plateado como su barba, su tez tenía un color bronceado claro y sus ojos parecían dos chispitas de un azul intenso; era la imagen exacta del Caballero de la triste figura: flaco, huesudo, con la cara larga, una estatura que pasaba del metro noventa, un espíritu aventurero y un corazón del tamaño de un barco de carga.


Solía alojarme en su casa a la orilla del mar: un rancho grande de horcones de mangle, paredes de caña y techo de hoja de palma que tenia por dentro el calor que sólo se siente en los mejores hogares; mi primo Fausto y yo pasábamos las noches tendidos en un par de hamacas que estaban colgadas justo al lado de su cama, fumábamos para ahuyentar a los insectos mientras “Tío Chano” encendía para nosotros la noche hablando de mujeres, aventuras en la selva, tormentas en alta mar y cuentos de aparecidos; contaba tan vívidamente sus historias salpimentándolas todas con fechas, lugares, canciones y poemas, que daba gusto escucharlas y darlas por realidades sin importar lo fantásticas que fueran.


Cuando nos sentábamos a la mesa solía tomar la jarrilla de peltre para servirse el café; yo movía su taza de un lado a otro siguiendo el trayecto del inquieto y desorientado chorrito y hacía lo mismo con su plato cada vez que se servía la comida; con frecuencia él encendía una vela para caminar en la oscuridad, en realidad andaba de memoria y la lumbre sólo la usaba para guardar la apariencia; es que mi viejito se estaba quedando ciego y no quería que nadie se enterara de su más grande dolor y desgracia.


La noche del 4 de febrero de 1981 “Tio Chano” esperó despierto a que yo llegara de la capital. Al entrar a su casa me entregó una pequeña caja donde guardaba varios recuerdos: monedas alemanas muy antiguas, que alguna vez pertenecieron a un “tesoro”, una figurilla de jade extraída de de una “ciudad perdida”, un broche de oro y esmeralda que perteneció a una misteriosa “condesa” y algunas fotos ajadas de personajes y lugares que yo jamás conocí. “Esta es mi posesión más querida” -me dijo en secreto- “Te la dejo como herencia porque fuiste mejor que un hijo.......es pa´ que no te olvides de mí cuando ya no vuelvas a verme”.


Qué poco se lee en esa lápida que frente al mar se yergue sobre la arena: “Felciano Pelaéz Ambelez. “19 de Sep. 1899 - 19 de Feb 1981” ¿En dónde dice que esa es la tumba de Don Juan Tenorio, El Quijote de la Mancha y Lawrence de Arabia, todos mezclados en uno? ¿En dónde que el que ahí yace era el más grande cazador de sueños y ladrón de corazones? Y ¿En dónde que fue un hombre admirable, mi mas sabio consejero y el anciano mas adorable que yo haya conocido?


Gustavo Abril


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