sábado, 29 de septiembre de 2007

LEJANÍA




De nuevo estoy frente a la ventana que da a la callejuela empedrada donde está mi casita de pueblo olvidado, escuchando estos retazos de mi vida que, al sonar, me transportan en el tiempo a momentos lejanos y eternos. Desde levante, una suave brisa me ha traído tu aroma, refrescando esta noche en que no estás conmigo. El farol de la esquina ha visto a mi corazón huyendo; ya no está aquí metido en mi pecho, porque se ha revelado contra este sentimiento y se ha vuelto a casa para encontrarse contigo.

La gente que estaba afuera, sentada al fresco, hablando de cosas y recordando otros tiempos, se ha resguardado mientras que yo he salido, porque ha comenzado a llover y caen goterones fríos que recibo con la mirada al cielo y los brazos extendidos al viento. Mi camisa empapada es tu abrazo, y cada gota en mi rostro es un beso que viene de tu alma y me acaricia en medio de este suave murmullo que, poco a poco, se va haciendo más fuerte hasta convertirse en lamento. Un lamento que no acallará mientras no te tenga nuevamente a mi lado.



DESPERTAR DE CADA DÍA




Abro los ojos y, tras el incierto despertar, me levanto y camino a ciegas los recovecos de una nueva madrugada para encontrar el espasmo helado que ha de sacarme de la semi-inconciencia. Ya me doy cuenta: son las 4:15 am y esta inmediatez es mi vida, no el ensueño que, hasta hace un instante, me envolvía tan engañosamente.

A tientas jabón y toalla; a tientas rasuradora, peine y cepillo de dientes. A tientas moldear la apariencia; vestirme con la ropa que he dejado preparada, y a tientas atarme los zapatos. A tientas me escurro por la penumbra. Así es como lo prefiero, así es como a mí me gusta: a oscuras, sin despertarla a ella, sin emitir sonido y casi sin dejar rastro.

Paso por el portal y salgo a la soledad de la calle como si fuera un fantasma. Nadie me mira subir al automóvil y sólo los celadores trasnochados que fingen cuidarnos desde su atalaya, me ven dirigirme a ese río de luces rojas, blancas y amarillas de autos ocupados por gente absorta en sus pensamientos. Miradas furtivas de ventanilla a ventanilla que se interrumpen cortantes, sin un gesto, sin un saludo, como si no existiéramos. Nadie quiere salir de la sombra, ni imaginar la historia del otro. Nadie quiere que amanezca, todos queremos seguir soñando, y muchos quisieran seguir durmiendo.


viernes, 21 de septiembre de 2007

JUNTO A MIS CENIZAS



El gran Mario Monteforte Toledo


En ese salón de doble altura cuyo tema visual primario es una escalera de madera que caprichosamente se retuerce, elevándose hasta un pequeño entrepiso, casi sin interrumpir la bella vista poniente que da inicio en el lugar exacto donde enormes cristales ponen fin a un hermoso enduelado de madera oscura, se encuentra el columnario que, dividido en pequeños espacios transparentes, da cabida a los restos mortales de una creciente pero limitada cantidad de personas que no tienen otra cosa en común más que la muerte de sus cuerpos, y allí, entre ellos, en un lugar apenas preferente, se encuentran depositadas en una urna que tiene la forma de un enorme libro, las cenizas del gran escritor Mario Monteforte Toledo.

De pie frente a ese escaparate en cuyo interior se aprecia el premio "Miguel Ángel Asturias" (el más alto honor literario que esta patria mía concede a los hijos de las letras), y tres ejemplares de sendos libros publicados por el insigne literato, que han sido colocados en forma primorosa y sobre los que se han dejado, como silentes testigos de tanta belleza escrita, las gafas que don Mario usaba en vida, me parece increíble que, si me decido a hacer el estipendio, mis despojos mortales pudieran codearse algún día, al menos en espacio físico, con una persona a quien admiro tanto; pero al ver ese pequeño altar que en su honor se ha creado, me pregunto: ¿Con qué objetos me gustaría que se acompañaran mis cenizas para que, los que los vieran, se formaran la mejor idea de mi persona?....... ¿Premios y reconocimientos? ¿Fotografías de momentos de gloria? ¿Textos publicados, escritos por mí (si los hubiera)? ¿Imágenes de mis proyectos construidos?

Lo he pensado y he llegado a la rápida conclusión de que si han de colocar un libro junto a mis cenizas, que sea mi vieja Biblia, que es el libro que más veces he leído y en el que he encontrado sabiduría y consuelo en mis momentos más oscuros. Y si quieren colocar otras cosas, que dejen junto mi urna algunas fotografías. Que sean, todas ellas, de las personas que amo: mi esposa, mis padres, mis hijos, mis abuelos........ y, por favor, que por ningún motivo falte uno solo de mis queridos amigos................ Otra cosa junto a mis cenizas, no quiero.


LALA


Ella era una mujer tan tenaz y decidida que siendo aún muy joven arrastró a sus cinco pequeños hijos para huir de un destino que no deseaba para ellos. Yo la visitaba cuando me urgía un escape, porque junto a ella se paraban las horas y el tiempo no transcurría. No era glamorosa, elegante o sofisticada, de hecho era una mujer de modales ásperos, nada refinada; su tez morena, de un tono bronceado, contrastaba con esos ojos de color miel y expresión gitana. Su figura gruesa y su aspecto pesado, hacían juego perfecto con su voz fuerte y sus palabras toscas; si no lo hubiera testificado el retrato amarillento que se sostenía precariamente sobre la cómoda, nadie hubiera imaginado que, alguna vez, fue una mujer tan bella.

Cuando llegaba a verla me convidaba sin falta a su mesa de sillas desiguales, y me alimentaba irremediablemente con huevos más que fritos, o carne algo quemada, pan recalentado, café del malo, y talvez un trago de brandy, vino barato, o ron. No me importaba que viviera en un barrio pobre, o que su apartamentito de un sólo ambiente mostrara ese desorden tan desconcertante. Tampoco me importaba el polvo amontonado en la maquina de coser que, olvidada en un rincón, contaba pasadas historias de remiendos, vestidos ajenos y noches desveladas, o el mazo de cartas con el que, según yo, la señora se ganaba unos centavos extras embaucando a sus vecinas, prediciéndoles la buena y la mala fortuna, por lo que una noche que la encontré leyendo a solas la baraja, cariñosamente la traté de farsante; minutos después, en un momento mágico, mi pasado, presente y futuro convergían sobre la mesa, sin haber tomado, todavía, su lugar definitivo en espacio y tiempo: junto a mi “yo” de cartón, la imagen de una buena mujer lloraba; la de una mala mujer reía, y la de una bella mujer dorada, lucía en su cabeza la corona del triunfo. Vi mi vida reflejarse entre espadas, oros, copas y vastos, y ofrecí mis disculpas a esa gran señora. Más que respeto, esa noche empecé a sentir miedo de esos naipes viejos.

Mi abuela Lala heredó todas sus propiedades a mi madre y sus hermanos; al resto de su familia no le dejó nada, excepto a mí, pues, al ser el único interesado, recibí de ella palabras dulces, miradas amorosas, mimos, cariños, momentos incomparables y una baraja española. Ella fue la preferida de mis cuatro abuelos, y yo, el preferido de sus once nietos.


PARIAS QUERIDOS



La fiesta para celebrar el doble cumpleaños se programó para el 16 de mayo de 1974, a las 3:00 de la tarde, hora ideal para que todos pudiéramos pasarla bien por un buen rato y regresar a casa antes de tener problemas. El lugar escogido, la casa de Eddy H. estaba en el barrio Carabanchel, cuyas calles se habían convertido en el escenario del lado oscuro de mi tierna adolescencia.

Las invitaciones se hicieron muy selectivamente; a la mayoría de asistentes los recuerdo someramente, pero de los siete alumnos del colegio “José Antonio Larrazabal” que asistieron (incluyéndome), me acuerdo perfectamente: Salvador M. que tenía evidente vocación químico farmacéutica, pues conocía los principios activos y las composiciones de todo el botiquín que siempre llevaba con sigo; Ligia V. una buena amiga mía, mujer muy atractiva que era capaz de vender hasta el uniforme con tal de tener capital suficiente para sus necesidades urgentes; Edgar G. un aparente hipocondríaco, que sin padecer enfermedad alguna, decía necesitar media docena de píldoras al día para no descomponerse; Luis Felípe L, un niño de apenas 12 años (pero tan kilometrado como si tuviera 20), infaltable en ese tipo de actividades por ser poseedor de grandes dotes empresariales, tanto que a su corta edad manejaba una impresionante cartera de clientes. Por supuesto, también estaba el anfitrión Eddy H (mi mejor amigo en aquella época), quien por su incursión en las religiones orientales, practicaba el vegetarianismo y mostraba gran preferencia por la ingesta de hongos, el consumo (por incineración) de ciertas yerbas y por la música de Ravy Shankar. Y también estuvimos presentes, claro está, los festejados, Sonia F. (my puppy love) y yo.

La música escogida para el evento no podía ser más apropiada: Grand Funk Railroad, Lead Zeppelin, Deep Purple, Black Sabath, The Guess who, The Who y algunas clásicas extraídas del mismísimo festival de Woodstock. El ambiente, aunque bastante pesado, era alegre y despreocupado, de esos donde todos se siente muy a gusto, y nadie desea que se rompa el quorum.

A las once de la noche, tres horas después del vencimiento de mi salvoconducto, llegué a casa en una motocicleta “Norton” que me prestó mi buen amigo Eddy. La reprimenda paterna fue apoteósica, pero no demeritó en nada la emoción de haber asistido a esa fiesta y haber departido con aquel grupo tan poco afortunado: Edgar G. (el hipocondríaco), falleció dos semanas después por una sobredosis de heroína; Ligia V, (la comerciante), se dedicó a vender el cuerpo, porque la venta de sus libros, sus uniformes, los prestamos que conseguía y algunos hurtos que hacía, ya no daban para sostener el vicio, y, hasta donde yo sé, nunca pudo salir de la adicción, ni del comercio; Luís Felipe L. (el infantil y brillante empresario), fue asesinado a los 14 años, frente a su casa, por los “pushers” de Kaminal Juyú (mi barrio), que no estaban dispuestos a compartir su territorio; Eddy H. (mi amigo “vegetariano”), murió drogado, cabalísticamente un año después, al estrellar su motocicleta contra una pared, en el barrio Miraflores; Salvador M. es, actualmente, un prófugo de la justicia, se le busca por haber traicionado su vocación de químico farmacéutico al adoptar la identidad de un párroco español, y estafar a un buen número de incautos. De Sonia F. (my puppy love) no volví a saber nada, sin embargo, por la vida que llevaba, no creo que aún esté viva.
En favor de mis compañeros que concurrieron a aquella celebración, todos personas señaladas de “grifos” (adictos) por otros jóvenes, y de “parias” por sus mayores, he de decir que siendo merecedores, todos ellos, de sus pésimas reputaciones y a pesar de ser verdaderos iconos que representan los peores años de mi vida, los recuerdo con especial cariño. Todos ellos fueron jóvenes valiosos y buenos que entre alucinaciones, carcajadas y música pesada, sufrieron terriblemente por haber quedado atrapados en un mundo degradante y maldito al que sólo unos cuantos lograron sobrevivir.


EL RESUMEN DE UN HOMBRE VIEJO



Mi abuelo vivía en un rancho pequeño; al fondo del mismo, el silo metálico donde guardaba maíz, rozaba el vientre del techo; a la par, una pequeña tarima que cubría el suelo, servía de bodega a mil y una cosas: palas, sacos, fumigadoras, recipientes plásticos, cubetas y algún machete; en la parte central, a la derecha, frente al silo, descansaba su cama sobre cuatro extensiones de madera que la elevaban más allá de lo normal, sobre ella caía un mosquitero que le daba un aspecto tétrico al espacio que lo rodeaba; bajo la cama se escondía un cofre donde el anciano guardaba su ropa y sus cosas valiosas, y a su lado, siguiendo la línea imaginaria del centro, frente a la tarima, prorrumpía una pequeña mesa de madera oscura, muy antigua, que era asistida por nada más que dos sillas, tan maltrechas como ella misma; sobre esa mesa, infaltables, una lata de leche en polvo, un frasco de café instantáneo y otro idéntico, lleno de azúcar, y un par de pocillos viejos. En la entrada, sobre un tablón que se alzaba a la altura de medio cuerpo, estaba anclado un pequeño molino y en su derredor, dispersos por todos lados, desordenando la superficie, algunos granos de maíz entero y muchos de quebrantado que habían escapado del guacal de morro con que, don Braulio Peláez, alimentaba a sus gallinas. A un lado estaba la cocina de leña, nada sofisticada: unos cuantos ladrillos unidos con mortero de cal, una plancha metálica, parte constitutiva de un tractor extinto, y una pequeña parrilla sobre la que se mantenía esclavizada, tiznada y desfigurada, una pobre jarilla de peltre. Desde la mitad del techo un tapesco y un tecomate colgaban alegres; al costado, frente a la hamaca de pita, asomaba una estantería de tablas donde permanecían una escopeta y un radio antiguo que, conectado al cielo por un hilito de cobre, recibía señales de todas partes del mundo. Lo demás eran libros con lomos de mil colores, que tenían atrapados dentro los pensamientos y la creación de cientos de autores, y esperándolo sobre una mesita, a un lado de la hamaca, su libro preferido (Rimas de Gustavo Adolfo Bécqer), sus gafas de lectura y su tabaco.


No he encontrado mejor forma de resumir a mi abuelo que describir el espacio que consumía, y enumerar las cosas que poseía .............porque también eran su vida.


OLOR A SAL




El calor producía vaporosos espejismos en los campos recién arados de las tierras bajas que, gracias a su proximidad con los ríos Ican y Sis, con el bosque de mangle y con el mar, se mantenían húmedas y fértiles año tras año. La tarea de sembrar sandía, aventura empresarial en que me embarqué cuando apenas cumplía mis benditos veinte, era trabajo arduo y tenía más bemoles que maravillas. Aquel, por ejemplo, era día de pasar la rastra para pulverizar los terrones que el arado había dejado esparcidos el día anterior, parecía cosa sencilla, pero el “Poporocho” era terco como mula y se rebelaba contra su suerte con mucha facilidad. El polvo que levantaba la rastra y el humo que el viejo armatoste emitía, mezclado con el copioso sudor y la humedad de la costa, transfiguraban mi rostro hasta dejarme irreconocible. La música norteña, ama y señora de aquellos lugares, no ayudaba a quitar la sensación de combustión espontánea y mucho menos el “mal de orín” que provocaba la temperatura de la caja de cambios con que el viejo John Deere castigaba a quienes osaban cabalgar en sus oxidados lomos.

El almuerzo tampoco era gran consuelo: arroz mazudo, frijoles negros cocidos y tortillas tiesas, recalentadas con fuego de leña, y para mojar la garganta, solvente universal recién sacado del pozo artesano: agua turbia que disfrazábamos con jugo de limón, azúcar, y un profiláctico chorrete de aguardiente.

Al final de la jornada se obligaba un buen baño en el río, y un cambio de ropa para después acelerar levantando polvo por los campos sembrados de algodón, siguiendo la puesta de sol rumbo a las viejas salinas, a la casa de Tío Chano, procurando estar puntual para la cena, en nada diferente al almuerzo excepto por el café instantáneo servido en pocillo de peltre, y después, cumplidos todos los protocolos, trepar de nuevo al 4 X 4 para ir hasta la tienda de la Munda, en la aldea más cercana, y cargar a mi cuenta corriente al menos cuatro de aquellas inolvidables granizadas con jarabe de leche que solía tomar con inmenso deleite. Más tarde, después de recorrer de regreso aquel caminito paralelo a la playa, era mi placer pasar unas horas platicando con mi tío Chano, sentados ambos en un tablón, fumando un cigarrillo, viendo la multitud de estrellas brillando en el cielo, oyendo las olas rompiendo con fuerza en la playa y respirando la brisa marina que trae el olor de la sal.

Qué razón tenía Hemingway cuando dijo que “El hombre que ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera"


EL INDIO TABIKE




Cincelado en piedra el rostro, surcada por mil arrugas la piel; indio descalzo, complexión de roca y frente de buey. A mecapal, mercader del barro, de palabras cortas y estirpe de rey. Cien años de edad, Tabike, solemne confesaba, hincada la rodilla en tierra, sombrero al pecho y al cielo la mirada.

Pesada carga: comal, apaste, olla y tinajón a la espalda llevaba. Robaba pedazos de vida al tiempo, recorriendo la campiña con su paso lento, y andando por aquellas veredas morenas, flanqueadas de blanco algodón, nunca le faltaron las fuerzas, ni la eterna gratitud a su Dios.

Al encontrarnos por los caminos, a mi nombre propio jamás llamó. Un vocablo extraño fue el que siempre, con migo, uso; lengua de ancestral pueblo, fonema Chortí irrepetible, palabra con que una vez me bautizó, y cuya traducción castiza: ”GRAN AMIGO”, hoy repito a mucha honra, y escribo con el mayor orgullo.



jueves, 20 de septiembre de 2007

FELIZ DÍA, PAPITO

Un día le exprese a mi esposa lo mucho que me impresionó la serenidad que mostró durante el sepelio de su padre, pues a mí me parecía poco probable asumir, en su momento, similar actitud. Ella fue directa al hacer la observación de que, quizá, existían cosas pendientes entre el viejo y yo, que no me permitían estar preparado para su partida.

Mi relación con él siempre ralló entre lo tenso y lo explosivo; 15 minutos era el tiempo record que marcaba la diferencia entre un saludo y la guerra campal; ”Demasiado diferentes” era mi explicación postulada; ”Demasiado iguales” es la razón que hoy descubro.

Hombre del aire, militar hasta el hueso y portador del gen maligno -y por desgracia hereditario- de la dificultad extrema para expresar sentimientos, el viejo no tuvo otra forma de mostrar su inmenso amor hacia su único hijo, que esforzase para asegurarme el futuro, y proveer para lo que, alguna vez, fue mi presente.

Aquella calurosa y solitaria noche de hotel minimalista, en el que sin nadie saberlo, sería su último día del padre, tomé el teléfono y a larga distancia obligue las sencillas palabras que, desde adolescente, mi boca se negaba a pronunciar: “feliz día papito.....Te amo”. Por respuesta: un breve silencio seguido de un sollozo ahogado y, luego, mezclado con llanto incontenible, el “te amo con todo mi corazón, hijo mío” que jamás, de él, había escuchado.

Juro que fue el 5 de septiembre, en soledad y en el mismo cuarto de hotel, cuando escuché las palabras: ¿Estas preparado para su partida?....... A pesar de la impresión, mi respuesta fue tan espontánea como serena: “Sí.......ahora sé que lo estoy”. Cuatro días después lo abracé muy fuerte, le di un beso en la frente, cerré sus ojos, y aun sintiendo en mi pecho su último suspiro le dije: ”Te amo, papito.......... hasta pronto”



"UNA HABITUAL MAÑANA GRIS"




Día gris y lluvioso, mañana de una noche desvelada y solitaria en este valle; tiempo para ver por mi ventana las imágenes de árboles verdes con hojas empapadas; visiones de techos que escurren como si lloraran y de charcos y riachuelos que hipnotizan la mirada y recuerdan la vida. “Dime amigo: ¿La vida es triste o soy triste yo?” preguntó Amado Nervo.

La melancolía que, en esos días en que cielos grises y lluvia fría, suele salir de su confinamiento para respirarse en la atmósfera y sentirse en los huesos, no quiere ahogarse en la taza de café que bebo de prisa, antes de salir de casa; pero no se irá con migo, porque esta vez no me sale de ningún lado llevarla.

Víctor Hugo dijo que “La melancolía es la felicidad de estar triste”. No dudo que, de tristezas y melancolías el hombre sabía mucho, pero de felicidades, parece que sabía muy poco.

ALGIA DE PECHO




Confieso que me he enamorado demasiadas veces, pero juro que me sobran los dedos de una mano para enumerar a las mujeres que he amado de verdad. Durante mi primera inmersión profunda en ese abismo llamado amor, experimenté las más extrañas sensaciones: comportamiento errático, algún desorden alimenticio, necesidad obstinada de escuchar ciertas canciones como “El día que me quieras” con Roberto Carlos, y “The air that I breathe” de los Hollies y una ansiedad que apenas lograba apaciguar fumando obsesivamente. También padecí, además de insomnio recurrente, una peculiar molestia caracterizada por cierta algia focalizada en el pecho, que se hacía especialmente aguda cuando aspiraba profundamente, en otras palabras: “me dolían los suspiros terriblemente” .


Sufriendo tan desconcertantes síntomas, una mañana de marzo del 74, me senté en mi lugar secreto para hacer el inútil esfuerzo de estudiar alguna materia, y mientras mi mente se escapaba sin control por las veredas donde mi alma transitaba, en un pedazo llano de la corteza de mi querido árbol, escribí con un bolígrafo barato el nombre de ella.....lo hice poniendo todo mi sentimiento en cada letra; también gravé en mi mente la idea de que esa tinta, sólo se desvanecería el día en que mi amor por “My Puppy Love” llegará a su fin, pero corazón adentro, deseaba con todas mis fuerzas que eso no ocurriera nunca. Invariables ante las lluvias de un par de inviernos y algunos romances intranscendentes, tinta y sentimiento permanecieron tan vivos, aferrados a la corteza de un árbol centenario y a un alma fuerte que se negaba a olvidar a una mujer que era tan libre como el viento.


Sin embargo, recuerdo la sorpresa que me causó, en abril de 1976, llegar al lugar que por años fue el refugio de mi alma, para descubrir que la tinta con que escribí aquellas letras había desaparecido para siempre.......y que coincidencia: también aquellos extraños síntomas habían sido reemplazados por otros muy parecidos. Benjamín Disraeli dijo: "La magia del primer amor consiste en nuestra ignorancia de que pueda tener fin". A mi vida habían llegado nuevas canciones; otro nombre y otro rostro habían ocupado (inmerecidamente y en mala hora), ese lugar tan exclusivo en mi alma y corazón.


ENANOS DORMIDOS




Describir un sentimiento, por pequeño que sea, es una tarea monumental; he leído y escuchado a muchos poetas y trovadores, y estoy seguro de que ninguno de ellos ha quedado satisfecho tras enfrentarse a semejante reto.

Yo, más loco que músico o poeta, encuentro que cada sentimiento esgrime su propia espada, a veces sus hojas son frías y poco afiladas, otras son cálidas y cortan con gran suavidad y dulzura. Como le ha sucedido a cualquiera, mil espadas han atravesado mi alma; algunas lo han hecho varias veces, pero ninguna tantas como la tristeza. Su acero es helado y su sabor amargo; se desliza lentamente, desgarrando cada fibra y se fragmenta en mil pedazos mientras penetra, haciendo virtualmente imposible su extracción completa.

Las heridas sanan exteriormente, pero cada pedazo que ha quedado adentro permanece dormido, esperando su momento para castigar la entraña. Basta una canción, un recuerdo y a veces solamente una palabra para que el enano dormido se convierta en un “gigante despierto”. También comparo la tristeza con una enfermedad recurrente, y conozco muy bien su cura: otro sentimiento, uno diferente y nuevo.......otra espada enterrada en el alma.

Lo dicho: ni músico, ni poeta, pero de algunas cosas creo saber un poco.


INCERTIDUMBRE




Estanzuela, 16 de junio del 2007

Amanece y estoy sentado frente a mi escritorio esperando una llamada que podría no producirse hoy, ni mañana. Parece cosa rutinaria, algo de todos los días, pero no lo es: no estoy en la oficina, ni en mi estudio, sino en la casa que hace más de medio año renté en Estanzuela. El sol brilla radiante y entra por la ventana. Después de una noche de lluvia el cielo se muestra limpio, vestido de un azul intenso, y yo estoy aquí, desvelado, ahogándome en esta incertidumbre: un nuevo giro, de esos que dan vértigo, se vislumbra para mi vida: dejar este lugar y volver a la ciudad capital inmediata e indefinidamente, posponer mis planes, improvisar unos nuevos, adaptarme por enésima vez a las circunstancias emergentes. También podría suceder que tenga que seguir aquí, en esta soledad y tan lejos de los que amo, o que quede libre para emprender lo mío, y creo que a eso es a lo que más le temo, a dejar la estabilidad, a cambiar tan abruptamente.

Anoche no me sentí como ese “Superman” que alguna vez creyó ver, en mí, mi hijo José Rodrigo (Trukis en Libro de Arena”), y en esa llamada que siempre recibo de mi esposa, una vez dicho lo cotidiano, lo dulce y lo rutinario, no pude colgar a la primera: le rogué a Patricia que no se despidiera, que permaneciera al habla por un poquito más de tiempo. Necesitaba su fuerza, necesitaba sentir y creer que, suceda lo que suceda, nada cambiará entre nosotros. Anoche -como si no lo supiera de sobra-, necesitaba confirmar que soy amado y que no estoy a la deriva, solitario en este mar de incertidumbre.

Guatemala, 26 de junio del 2007

Por el momento he sido transferido a ciudad de Guatemala. El futuro próximo sigue siendo incierto. “Toda ansiedad se genera en el futuro. Nuestra mayor preocupación es lo que pueda producirse mañana” -Osho-.


miércoles, 19 de septiembre de 2007

20 y 13



La 20 avenida de Kaminal Juyu II, en la zona 7 de ciudad de Guatemala (ardiendo, como siempre)

A mediados de los 70´s, Sergio, Fernando y yo nos apropiamos de la esquina de la 20 y 13, donde nos reuníamos para hacernos los muy machos, escuchando música rock, fumando algún pitillo furtivo y diciendo toda clase de disparates. Evadidos y olvidados de casa, se nos dormía el sueño, mojado por el sereno de las vigilias que consumíamos entre bromas, ojos llorosos y estómagos partidos a fuerza de tanta risa. Qué bien la pasábamos en ese lugar, en nuestros años pubertos, a mitad de los 70´s, tiempo en que la vida aún era toda Peace and Love, los amores eternos se nos esfumaban en unas cuantas semanas, y las mejores bandas de rock se nos desbarataban una a una, dejándonos con un gemido ahogado en la garganta.

Algunas de esas noches fueron tristes: la decadencia del rock y el fin de la era de acuario nos partían el alma, sin embargo eran los amores juveniles, que no pasaban de largo sin darnos antes un buen zarpazo, los que golpeaban más duro la entraña. Cuando el sufrimiento arremetía contra alguno, permanecíamos leales y solidarios: nada de rock, y nada de bromas, y por respeto al doliente, solamente escuchábamos canciones como la “cortavenas” de Dany Daniel: “Por el amor de una mujer”, o cualquier otra de similar calaña.

Fernando y Sergio se casaron con sus “amores del alma” y siguen viviendo en el barrio; eventualmente nos cruzamos por la calle, cuando visito a mi madre. Fernando se divorció, pero parece irle bien con la venta de autos usados, negocio con el que adquirió un poco de “mala fama”. Sergio se dejó venir de Houston, para heredar el almacén que su madre, después de enviudar, logró levantar a pulso. Ninguno de los dos es lo que solía ser –sin duda yo tampoco lo soy- Fernando se ha convertido en un personaje esquivo y siniestro, y Sergio se olvidó de aquella tiendita de barrio que sus padres tenían, donde, aún siendo niños, los tres nos hicimos compinches ajustando monedas para comprar helados o intercambiando estampitas para completar algún albume.

Hoy -como “Los Beatles”-, por respeto al pasado, nos saludamos a distancia, apenas con un ligero movimiento de cabeza. Los tres sabemos que nuestra hermandad se desintegró como lo hizo la banda “Grand Funk Railroad”, y que nuestra amistad se diluyó, como le sucedió a los integrantes de “Creedence Clear Water Revival”; pero, caducas amistades y respetos aparte, los momentos, aventuras, alegrías, tristezas, y todas las demás cosas que vivimos juntos, seguirán para siempre allí, en la esquina de la 20 y 13 de Kaminal Juyú II, nuestro viejo barrio en ciudad de Guatemala.

ESCRIBIR UN LIBRO, TENER UN HIJO Y SEMBRAR UN ÁRBOL



Mi pequeño arbolito

Proverbialmente hablando, hay tres cosas que un hombre debe hacer antes de enfrentarse a la muerte: tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol. Si dicho proverbio tiene algún fundamento, podría decirse entonces que me he ganado el derecho de morir en paz, porque después de engendrar a mis hijos, y antes de escribir un par de cosas que podrían entrar en la categoría de libros, sembré mi árbol.


Apenas medía dos palmos cuando lo llevé a casa, protegida su cofia por una pequeña bolsa negra llena de tierra. Lo planté en el lugar más privilegiado del jardín al que mi esposa y yo dimos forma, en la casa que recién habíamos comprado. Supongo que su raíz logró introducirse en alguna cañería, porque en pocos años, de pequeño piloncillo pasó a ser un verdadero gigante: siempre hermoso, siempre verde, siempre vivo, siempre dueño de su entorno; protegiendo nuestro hogar con sus frondosas ramas que han llegado a dar albergue a docenas de pájaros que nos hacen la vida alegre, anunciando el anochecer y despertándonos cada mañana con su algarabía llena de trinos y gorjeos.......y dándonos la lata con sus travesuras y pleitos.


En muchas formas ese árbol ha traído vida a nuestra casa: nos ha brindado a Patricia y a mí, tardes y mañanas placenteras y también nos ha acompañado en esos momentos que no podemos recordar como gratos. Era preocupante verlo crecer más allá de toda expectativa, por lo que hice lo posible por detenerlo mientras seguía buscando profundidades y alturas, porque sus raíces no sólo han desnivelado el piso de los caminitos que rodean el jardín, destruido el lugar que construí para hacer fogatas (y que jamás utilicé), dejando fuera de plomo el muro de contención del garaje y roto un tubo de agua que abastece la lavandería, también se han metido en nuestros corazones, de donde nada se ha podido hacer para sacarlas.


Mi esposa y yo, sin ser “eco-histéricos”, hubiéramos hecho cualquier cosa por salvarle la vida a ese árbol, pero su sentencia de muerte ha llegado firmada por nuestros vecinos, a quienes los pájaros que tanto alegran lo nuestro, hacen estragos en sus casas, dejando caer desde el cielo sus “bendiciones” sobre sus recién estrenados autos, manchando sus aceras, sus portones, sus ventanas, su ropa tendida al sol......y a alguno de ellos, dejándole un mal recuerdo en la camisa...... y otro más feo en la calva.


El domingo pasado me levanté a media noche y salí al jardín para contemplar su belleza, y para constatar, con un nudo en la garganta, que ni la luz de la luna, ni la del sol, como tampoco la lluvia o el sonido del viento volverán a ser lo mismo sobre nuestra casa; ya no querré tomar el desayuno, ni leer un libro, o simplemente meditar viendo la puesta del sol tras las montañas y volcanes desde mi lugar favorito, ese espacio verde que, sin el árbol, jamás volverá a ser lo mismo.

"LOS COMPADEZCO"

Los "patojos" del ITECNOR en uno de sus aprendizajes prácticos



Hoy he querido tomar el almuerzo en la cafetería de la Escuela de Agricultura de Nororiente, en La Fragua, Zacapa, institución que colinda y tiene relación directa con el Instituto Tecnológico de Nororiente, proyecto en cuya construcción trabajo. Mientras me alimento veo a los jovencitos de ambos sexos vestidos con blue jeans, camisas blancas, botas tejanas y sombreros a lo cowboy; escucho sus ingeniosas bromas y veo sus movimientos gráciles y esbeltos, limpios como de gato, y los envidio por ser jóvenes, porque tienen la vida entera por delante y porque no saben de gotas reumáticas, de vistas cansadas, de lumbagos, ni de diabetes. Los envidio porque están en ese momento de la vida en que todo parece posible y en el que se tiene lo necesario para alcanzar el cielo. .......aunque también los compadezco un poco.


Los compadezco porque aún tienen que pasarse este y muchos días atendiendo las tediosas disertaciones de sus maestros; los compadezco porque a sus 16 o 17 benditos años, aún tienen que sujetarse a sus mayores, y porque, además de no cargar más que unas pocas monedas en los bolsillos, les queda mucho trabajo y desvelo para llegar a tener sus vidas resueltas, y los compadezco, especialmente, por los sufrimientos que aún les quedan por vivir. Sin embargo, cuando veo sus rostros pletóricos de vida y sus ojos llenos de luz, y escucho sus carcajadas saturando el ambiente de alegría, me doy cuenta de que, en realidad, no los compadezco tanto
.



RAICES AL AIRE




De un tiempo a esta parte he dejado de sentirme propio en mi terruño: Ciudad de Guatemala- Las interminables filas de autos en las calles saturadas de carteleras y rótulos luminosos; el ambiente pesado y la correría de la gente, el concreto masivo mezclado con alfombras interminables de asfalto, los largos minutos con la vida detenida en los semáforos y las horas vividas por gusto, despilfarradas cada día en los embotellamientos. La masa de sonidos conformando ese perpetuo ruido, y el olor a agitación e indiferencia que ha curtido nuestras narices hasta volverse imperceptible, hacen que desee tomar a los míos, escapar de las fauces de este monstruo pétreo y no volver jamás, pero ellos tienen sus cordones umbilicales conectados a la urbe, se alimentan con su barullo, sus vidas están engranadas a la metrópoli, son parte de su maquinaria y giran al compás de sus ruedas dentadas; languidecen cuando dejan de respirar su aire, se marchitan como plantas arrancadas de su suelo si se ven separados de este vértigo infame.


Además, aunque al llegar a casa disfruto cambiando los refrescos instantáneos y la bazofia cocinada por propia mano con que suelo envenenarme cuando estoy en el pintoresco pueblo donde trabajo, por buenos tintos, blancos y rosados, deliciosas cenas en restaurantes y ricos almuerzos preparados por esposa o madre; también cambio sacrílegamente al Sr. K de Franz Kafka por “Los hombres de Paco” de Antena 3, y al Zaratustra de Nietszche por Los Simpson de la cadena FOX, cosa que, aunque divierte no tiene perdón de Dios, por cuanto llora sangre.


Por tanto, he de seguir viviendo solitario, trabajando, escribiendo y devorando libros en esta tierra: Zacapa, que aunque está a sólo tres horas por carretera de casa, se siente terriblemente lejana, no obstante, seguiré procurando no elevar mucho mis ramas al cielo, a fin de que mis raíces permanezcan superficiales y puedan alimentarse en cualquiera de los dos suelos.


MINUTOS DE VIDA





Para sorpresa mía, el invitado de ese día, en el programa matutino de la Infinita FM que solía escuchar regularmente, era amigo mío desde la juventud. Nadie es profeta en su tierra, por lo que, incluso hoy, me parece inverosímil que Jr. Zapata, en cosa de tres décadas haya pasado de “bala perdida” a escritor y conferencista de éxito internacional. Por diversos motivos mi trato con él había pasado de nulo a frecuente en los últimos años; desafiante, directo y confrontativo, mi ojiverde amigo sigue siendo excéntrico, viste estrafalariamente y permanece, todo el tiempo, electrizantemente inquieto.


Pero no es de Jr. Zapata que deseo reflexionar hoy, sino de una nota que, después de escuchar ese programa, escribí en mi agenda del 2005, en uno de los espacios que dedico para apuntar las cosas que aprendo cada día:


“La vida debe ser algo excitante; dormir debe ser, para mí, como lo era cuando niño: interrumpir molestamente la excitación de la vida, y no el alivio momentáneo del agobio diario”.


Días después, tuve la oportunidad de hacerle un par de preguntas a Jr. con respecto a los pensamientos expresados por él en ese programa radial, Su respuestas fueron simples: Estuve a punto de morir por un cáncer de estómago –dijo él-, pero con la ayuda de Dios salí adelante; desde entonces, duermo lo menos posible, suelo acostarme tan tarde como pueda, y me levanto en mitad de la noche para contemplar por largo rato a mi esposa y a mi hija mientras duermen; cada madrugada estoy ansioso por emprender el nuevo día para dedicarme, con pasión, a lo que amo, porque no quiero desperdiciar ni un sólo minuto de esa vida que, no sé por cuanto tiempo, me han prestado.


AUTORETRATO





Bienaventurado aquel que ha logrado estirar lo suficiente el “hilo de plata” para trascender el yo conciente y echarse desde afuera un panorámico vistazo; porque solamente traspasando esa homérica frontera, se desliza del ojo la escama que deforma la opinión de sí mismo, cosa que puede ser sencilla si se posee un alter ego capaz de tomar por asalto la ciudadela donde el ego vive atrincherado y someter al desgraciado a juicio sumario o, cuando menos, a un obsoleto análisis freudiano.


Lo que miro de mí mismo, cuando me calzo de honestidad, no me causa asombro alguno y, la verdad, ninguna descripción que venga de labio ajeno, por crematística que sea, se sale de mi inventario, pues, por propia mano, en alguna parte escrito está: “He viajado por los confines de mi ser interior y he visto lo que hay en mis entrañas”. Sé quien soy, y sé que no necesito encontrarme, sino perderme, hacerme de nuevo en un recycling a ecológica usanza, porque he tenido la fortuna de contemplar con el alma misma los bloques de ilusiones y realidades con que se ha construido mi vida, así como el mortero de “cal y arena”, sinónima argamasa del bien y el mal con que, en hiladas de soga y canto, ha sido colocado en su lugar cada uno de ellos. También he visto las manos que han levantado tan irregular mampostería: en los tramos perfectos, estas han sido divinas, en los maltrechos....!Qué sorpresa¡ Mis manos se reconocen a leguas.


No soy mejor que nadie, y en lo único que soy diferente es en que soy idéntico, y si ha menester pintar mi propio retrato, sin reservas hundiré mis pinceles en sincretismo, eclecticismo y liberalismo......y mi brocha gorda en estúpido romanticismo, que es el ocre color de mi perdición eterna. Habilidosamente bosquejaré a lápiz y esfuminos, a mano alzada y de memoria, la estampa del hombre glotón y vicioso de letras, vino, tabaco, café y amores necios que soy, y le aplicaré un efecto de profundidad a ese lienzo, con una degradación coloreada por esa soledad que, a fuerza de costumbre, hice mi amante desde niño, y que ha permanecido con migo sin importar con quien haya compartido un simple beso, la cama, o la vida.


Y para rematar tan regia obra, nada mejor que un poco de brillo transparente que logre matizar esa idiotez que me permite tomar con cierta ligereza la vida, y hacer, sin miedo, “lo más peligroso de todo, que es vivirla”....... Porque, aunque el mundo se esté cayendo, y la cosas a mi alrededor estén la mar de jodidas, he aprendido a sentir esa vida poro a poro, y a disfrutarla como quien cuenta sus últimos días.


viernes, 14 de septiembre de 2007

PÁGINAS EN BLANCO




Qué habitual se está haciendo esto: abro la laptop, escojo, en el reproductor de Windows Media, una lista que he titulado “música para trabajar”; minimizo, abro Word, y me quedo estático ante este “nuevo documento en blanco”. Durante casi dos años he escrito incesantemente; prácticamente a diario mi alma se ha derramado sobre estas teclas: cuitas, gemidos, introspecciones, vivencias, aventuras, sueños, digresiones, protestas y desilusiones saturaron mi página en Blogger y colmaron el espacio disponible en mi memory stick, ocupando cada Bit.


Hoy, como otras veces, deseo escribir; quiero publicar un post esta semana, pero nada fluye mientras el cursor titila. Me aterroriza pensar que sólo la tristeza, la melancolía, el dolor y la rabia tienen algo que decir; me espanta pensar que la tranquilidad y felicidad son silentes, y que el alma atormentada sea la única fuerza que empuja a ciertos “escribientes” aficionados, como yo. Y es que, aunque las cosas en el trabajo marchan terriblemente y estoy lejos de casa, viviendo solitario en un cuchitril (a decir de otros y a voluntad propia), sofocado en este desierto florecido a fuerza de riego por goteo, me siento amado por ella, y, aunque mi vida no está exenta de problemas, tener en mi haber su amor, hace que mi existencia sea prácticamente perfecta.


Gustavo Abril

OTRO MUNDO



La iglesia católica de Estanzuela, frente al parque principal.

Por la tarde vi caer la lluvia en el occidente, sobre la Sierra de las Minas. En lo alto de una de sus montañas pude observar una catarata que suele aparecerse, majestuosa, cada vez que el cielo vierte su llanto. El invierno ha llegado, pero aún no ha visitado formalmente este valle casi desértico, pronto se hará presente para refrescarlo todo y quitar de las plantas el color café, vistiéndolas de mil tonos de verde.

Aspirando el olor a humedad, al ponerse el sol, caminé largo rato por este bello lugar, atravesé el más grande de sus parques y recorrí sus callejuelas empedradas sin poder confundirme con esa gente de rostro amable, que abre las puertas de sus casas con cada puesta de sol, dejando al descubierto, sin ninguna preocupación, la intimidad de sus hogares para salir a sentarse en pequeños grupos y sostener amenas tertulias al fresco de la noche.

Qué diferente es la vida en mi desconfiada tierra, donde todos nos escondemos y cada quien cierra nerviosamente, tras si, la puerta. Casi sicóticos, atisbamos por rejillas, ojos mágicos y pantallas de “intercom” a quien nos busca. Evitamos cruzar miradas, respondemos a distancia y sospechamos, sin importar la facha, de cualquiera que camine por la acera. El valle de la Ermita (Ciudad de Guatemala), a fuerza de vivir tres décadas de guerra y una de terrible delincuencia, se ha vuelto enclaustante: nos encerramos en los autos deseando no tener que detener la marcha en altos y semáforos. Nos parapetamos en las casas: elevamos tapiales que coronamos con razor ribbon, colocamos barrotes en los vanos de las ventanas y apostamos ojos guardianes en los pórticos de cada entrada.

Aquí, en Estanzuela, el ambiente es de otro mundo: aún se puede creer en la gente, se confía en la palabra, se respeta la propiedad ajena, aunque esté descuidada y a la mano. La vida se vive tranquila y, para mi deleite, aún se le puede beber a sorbos.


Gustavo Abril


EL CONTADOR DE CUENTOS




Él era mi tío abuelo, su padre fue un inmigrante español y su madre una mulata cubana; tenía más de ochenta años cumplidos, su pelo era plateado como su barba, su tez tenía un color bronceado claro y sus ojos parecían dos chispitas de un azul intenso; era la imagen exacta del Caballero de la triste figura: flaco, huesudo, con la cara larga, una estatura que pasaba del metro noventa, un espíritu aventurero y un corazón del tamaño de un barco de carga.


Solía alojarme en su casa a la orilla del mar: un rancho grande de horcones de mangle, paredes de caña y techo de hoja de palma que tenia por dentro el calor que sólo se siente en los mejores hogares; mi primo Fausto y yo pasábamos las noches tendidos en un par de hamacas que estaban colgadas justo al lado de su cama, fumábamos para ahuyentar a los insectos mientras “Tío Chano” encendía para nosotros la noche hablando de mujeres, aventuras en la selva, tormentas en alta mar y cuentos de aparecidos; contaba tan vívidamente sus historias salpimentándolas todas con fechas, lugares, canciones y poemas, que daba gusto escucharlas y darlas por realidades sin importar lo fantásticas que fueran.


Cuando nos sentábamos a la mesa solía tomar la jarrilla de peltre para servirse el café; yo movía su taza de un lado a otro siguiendo el trayecto del inquieto y desorientado chorrito y hacía lo mismo con su plato cada vez que se servía la comida; con frecuencia él encendía una vela para caminar en la oscuridad, en realidad andaba de memoria y la lumbre sólo la usaba para guardar la apariencia; es que mi viejito se estaba quedando ciego y no quería que nadie se enterara de su más grande dolor y desgracia.


La noche del 4 de febrero de 1981 “Tio Chano” esperó despierto a que yo llegara de la capital. Al entrar a su casa me entregó una pequeña caja donde guardaba varios recuerdos: monedas alemanas muy antiguas, que alguna vez pertenecieron a un “tesoro”, una figurilla de jade extraída de de una “ciudad perdida”, un broche de oro y esmeralda que perteneció a una misteriosa “condesa” y algunas fotos ajadas de personajes y lugares que yo jamás conocí. “Esta es mi posesión más querida” -me dijo en secreto- “Te la dejo como herencia porque fuiste mejor que un hijo.......es pa´ que no te olvides de mí cuando ya no vuelvas a verme”.


Qué poco se lee en esa lápida que frente al mar se yergue sobre la arena: “Felciano Pelaéz Ambelez. “19 de Sep. 1899 - 19 de Feb 1981” ¿En dónde dice que esa es la tumba de Don Juan Tenorio, El Quijote de la Mancha y Lawrence de Arabia, todos mezclados en uno? ¿En dónde que el que ahí yace era el más grande cazador de sueños y ladrón de corazones? Y ¿En dónde que fue un hombre admirable, mi mas sabio consejero y el anciano mas adorable que yo haya conocido?


Gustavo Abril


jueves, 13 de septiembre de 2007

MI CASA EN REFUGIO COUNTY, TEXAS, USA



Ocaso y estación de gasolina en Refugio

El sol, convertido en un círculo rojo, está a punto de tocar el horizonte que, en esta latitud, parece prolongarse infinitamente. La solitaria carretera que conduce hasta la frontera, traza, en ese tramo, una interminable línea recta que se pierde hasta donde la vista alcanza. Junto a mí, en el asiento de al lado, un maletín de mano es mi único acompañante. En mi mente, el enorme deseo de regresar pronto a casa llena todo mi pensamiento. A mi derecha, sobre un montículo de grava interminablemente alargado, descansan, lado a lado, los durmientes que soportan los rieles de la vía férrea que corre paralela a la carretera. Mientras conduzco la noche casi ha llegado, las primeras estrellas brillan tenuemente en la parte del firmamento que ha convertido al cielo en un personaje de dos caras: una que se pinta de un azul profundo hasta convertirse en negro y otra que arde con el ocaso, en medio de un naranja intenso.


Las primeras señales de presencia urbana aparecen: rótulos que me dan la bienvenida; Club Rotario, Club de Leones, Primera Iglesia Metodista, un pequeño motel de tercera clase, un par de restaurantes ofreciendo “fajitas” y "bbq", y el enorme depósito de agua, con la palabra “Refugio” visible desde cualquier parte. Doblo en la esquina de la pequeña gasolinera que el tiempo dejó prisionera en los años cincuenta. Las calles están casi desiertas. Avanzo dos bloques y luego giro a la izquierda, en la calle de la arboleda. Allí está la casa, a mi derecha; grande, mal pintada y de madera; la hierba en franca rebeldía, el tejado llorando la ausencia de algunas piezas perdidas, y el porch, estrenando sillas plásticas. Hay macetas con flores alegres sobre el barandal torneado, pintado con mala mano; a mis pies, en el pórtico de entrada, saluda el tapete con un letrero que, de tanto uso, ha quedado enmudecido; en el batiente de la puerta, como si me esperara hace tiempo, una campanilla alegre anuncia a la familia Madrigal, mi repentina llegada.

Bob Madrigal es un tipo rustico, mejicano hasta el hueso, que no pierde oportunidad para burlarse de mi acento, siendo, el de él, verdaderamente horrendo. Lo conocí en el año 87, cuando le salvo la vida a un Nissan que compré en Austin. Nos hicimos amigos en medio del Tex Mex que salía de los enormes parlantes de su Oldsmobile con asientos de terciopelo púrpura, en el que viajamos a Brownsville para comprar piezas de repuesto para mi pequeño enfermo. A partir de ese día, atravesar Refugio sin pasar por la casa de Bob, sería, más que una ofensa, un verdadero sacrilegio.

Al entrar por el umbral de esa puerta, la escena de mi última visita se repite: el mismo reguero de juguetes de los “chamacos”, las fotos de la raza inundando hasta el más recóndito espacio, el “la-z-boy” desvencijado, apostado frente al gigantesco televisor, el stereo sonando fuerte y los ventiladores de techo girando quejumbrosamente; Marta recibiéndome con un beso, el olor a la merienda, de la que siempre habrá para mi un plato, la Budweiser helada para mitigar la sed del viaje y el abrazo sincero de ese gran amigo que me hace sentir como si estuviera llegando a mi propia casa con su saludo de siempre: “bienvenido a tu humilde rancho”.
Gustavo Abril




MITAD DE UN TIEMPO

Dejando atras La Fragua
Se acerca el momento de abandonar este refugio en el que he vivido por “la mitad de un tiempo”; sus muros y ventanas, el tejado enduelado y el árbol que lo acaricia cuando el viento sopla, se aferrarán a mis recuerdos e impedirán el olvido. Al salir por su puerta para nunca volver, en sus rincones dejaré mis noches de fútiles pensamientos; en su techo, mi mirada seguirá perdida, y en su silencio sonarán para siempre mis canciones tristes. Aquí dejaré olvidadas las palabras que ya no pronunciaré, y enterraré esas letras que nunca volverán a ser leídas.

En este campo de batalla, me enfrenté a gigantes; luche contra todo y contra mi mismo: lloré, reí, odié, amé....... vencí; encontré un horizonte sobre el que brilla una pequeña estrella......y .me transformé en otro para cambiar mi destino. No sé a qué lugares me llevará el tiempo, tampoco sé lo que he de encontrar en ellos, pero sé que serán diferentes, inevitablemente mejores que ese laberinto terrible del que, al fin, con la ayuda de Dios he salido.

Atrás quedarán esa callejuela empedrada y mis nuevos amigos. Atrás quedaran el orden excesivo que, en mis ratos obsesos, solía imponerme, y el desorden extremo en que resultaba viviendo cuando me sentía abatido. Invisibles, diseminadas por todas partes, quedarán, también, las perversas armas de mis enemigos: dolor, tristeza, añoranza y melancolía, y los cuerpos inertes de los formidables guerreros que, contra mi, las esgrimían: soledades, historias lacerantes, desamores y “la otra mitad de amanecer que no alumbro jamás”. El devenir me trajo hasta este lugar para que viviera y sufriera un proceso oscuro y convulso, pero hoy, ha enderezado mis pasos para llevarme en una dirección diferente. Es hora, ya, de empezar a vivir lo que me resta de vida.
Gustavo Abril

miércoles, 12 de septiembre de 2007